En los años 90, el papel tenía muy mala prensa. Se le acusaba de provocar deforestación, contaminar ríos y ser responsable de una parte significativa de las emisiones industriales. El papel se asociaba con la destrucción del planeta, y aquello dejó huella: las empresas eliminaron folletos y redujeron drásticamente el uso de papel, se popularizó el mensaje de "no imprimas este correo" y los envases de papel de uso alimentario comenzaron a sustituirse por otros materiales con mejor imagen como los plásticos (algo que hoy en día resulta chocante).
El rechazo tenía cierto fundamento. El proceso tradicional de fabricación de papel —especialmente mediante el proceso Kraft— implicaba el uso de grandes cantidades de agua, cloro para el blanqueo, y generaba efluentes con dioxinas y compuestos altamente contaminantes. A esto se sumaba una enorme demanda energética, que llegó a representar más del 5 % del consumo mundial. Pero todo eso empezó a cambiar a partir de los años 2000.
La revolución química del papel
El proceso Kraft consiste en cocinar astillas de madera con una mezcla alcalina para separar las fibras de celulosa de la lignina, el polímero que da rigidez y color a la madera. La clave de la transformación de la industria fueron las innovaciones que se incorporaron a este proceso: eliminación del cloro mediante procesos ECF/TCF (con oxidantes alternativos como dióxido de cloro, ozono o peróxidos), sistemas de recuperación mediante calderas que permiten reutilizar los compuestos de cocción, tratamiento y recirculación del agua empleada, mejoras energéticas en motores y calderas, e incluso la digitalización del control de procesos.
Gracias a estas mejoras, la industria papelera redujo sus emisiones de gases de efecto invernadero más de un 55 % desde los años 70. En Europa, hoy se recicla más del 71 % del papel, lo que ha contribuido a reducir la contaminación del aire hasta en un 74 % y la del agua en un 35 %, en comparación con la fabricación a partir de fibras vírgenes.
A esto se sumó la apuesta por el origen sostenible de la materia prima, mediante plantaciones certificadas (FSC, PEFC) y una estrategia de comunicación sectorial coordinada. El papel, antaño villano, pasó a simbolizar la circularidad, la responsabilidad ambiental y la innovación.
El impacto en la industria papelera
La presión mediática, social y legislativa tuvo consecuencias: muchas papeleras pequeñas cerraron, incapaces de adaptarse a los nuevos estándares. Incluso Papelera Española, que fue un gran referente hasta mediados de los 90, tuvo que disolverse en 1997. Sin embargo, las grandes empresas —como Ence, Iberpapel, Miquel y Costas, Saica o Lecta (antigua Torraspapel)—, gracias a su músculo financiero, pudieron modernizar procesos, incorporar tecnologías limpias e invertir en comunicación para reposicionar el material.
El caso del papel se repite con el plástico
Hoy el plástico vive una situación similar, pero con un desenlace incierto. A diferencia del caso del papel, el sector del plástico en España apenas está formado por grandes empresas. De las más de 3.700 empresas dedicadas al plástico, el 99 % son pymes, generando cerca de medio millón de empleos. Aunque existen asociaciones industriales de plásticos como ANAIP, ANARPLA, CEP o Plastics Europe que están ayudando a transmitir un mensaje unificado que ponga en valor los beneficios medioambientales de estos materiales, la industria del plástico en España ha funcionado tradicionalmente de forma muy atomizada. Hasta hace poco, el principal competidor del plástico no era otra familia de materiales, sino otro plástico: el PET compite con el polipropileno, y este con el polietileno, y este con el poliestireno.
La imagen del plástico ha cambiado en pocos años. De ser un material que representaba la modernidad, la eficiencia, la seguridad, la economía y la sostenibilidad, ha pasado a percibirse como un material peligroso para el planeta. Esta percepción está totalmente alejada de la realidad; de hecho, la sustitución del plástico por otros materiales alternativos —como vidrio, papel o algodón— aumenta el impacto medioambiental si se analiza todo el ciclo de vida en el 95 % de los casos. El ejemplo más visual es el de las bolsas de plástico, que tienen una huella de carbono mucho menor que las de papel o tela. Sin embargo, desde 2025, la UE aplica impuestos discriminatorios al plástico, restringe su uso y promueve la sustitución por materiales "más ecológicos", respondiendo a la presión mediática más que a criterios de sostenibilidad real.
El problema de fondo es el mismo que tuvo el papel: cuando un material se convierte en el chivo expiatorio de todos los males ambientales, se pierde el enfoque científico. Y eso afecta tanto a la industria como al ciudadano. Las empresas no pueden adaptarse si la legislación responde más a titulares que a la realidad tecnológica del sector, y los consumidores no pueden tomar decisiones libres si la información está sesgada.
Más ciencia, menos sensacionalismo
Lo que permitió evaluar con objetividad la sostenibilidad real del papel fueron los análisis de ciclo de vida (ACV) o los balances de masas, que son las mismas herramientas científicas que se usan en la industria del plástico o de cualquier otro material. Estas metodologías permiten comparar objetivamente el impacto medioambiental de los materiales, desde la extracción de materias primas hasta su desecho o reciclaje. No hay materiales buenos o malos, hay usos adecuados y modelos de gestión eficientes. Si un plástico acaba en el mar, o un cartón acaba en una cuneta, el problema no es el material, sino cómo ha llegado hasta ahí.
La historia del papel demuestra que la transformación es posible si se apuesta por la ciencia, la innovación y la colaboración entre empresas, instituciones y ciudadanía. Pero también demuestra que las decisiones guiadas por la alarma social y no por el conocimiento acaban siendo contraproducentes, van en contra del medioambiente, de la innovación científica, pueden perjudicar al tejido industrial de un país y poner en riesgo miles de empleos de calidad. Hoy el plástico necesita la misma oportunidad que tuvo el papel. Todos los avances científicos del sector han convertido a los plásticos en los grandes aliados para lidiar con el cambio climático, pero para que este conocimiento llegue a la sociedad, el sector debe unirse y trasladar un mensaje común. Si esto sucede –igual que ocurrió con el papel–, dentro de unos años podremos decir que el plástico también iba a acabar con el planeta y terminó por salvarlo.