Hoy ha salido el sol para Andrea Pita, 25 años, madre de una niña de 10 años y natural de Santa Perpètua de Mogoda, Barcelona. Debido a la lentitud de la justicia desde el día 12 de enero de 2018 vive junto a su pequeña en una casa de acogida (cuya dirección no importa), protegida las 24 horas del día por una pareja de agentes especiales de los Mossos d´Esquadra.

Durante todo el año 2017, Andrea, tras iniciar una relación con un hombre supuestamente protector –"mira como me quiere que tiene celos de todo el que se me acerca"-, pero que, tras el proceso de embaucadora seducción inicial, se reveló como un ser controlador y patológicamente celoso primero, luego como alguien impositivo psicológicamente anulador y posteriormente como un agresivo abusador que se creía dueño y señor de ella y de cuya red, por culpa de la autoculpabilización y por culpa del qué dirán, ella ya no se podía escapar, fue víctima de reiteradas y brutales vejaciones y palizas…

Todo propinado por su deplorable novio, Juan Cortés (miembro de un clan familiar de origen gitano al que la policía atribuye vinculaciones con actividades delictivas, especialmente de narcotráfico).

Primero "amor". Luego puñetazos…

Andrea conoció a Juan Cortés a través de una amiga. Le llamó la atención su rotundidad y sus apasionadas atenciones constantes. "Al principio todo fueron buenas palabras y mucha educación. Pero poco a poco empezó con los celos, a controlarme... Más tarde, pasó a ponerme trabas cuando se enteraba de que había quedado con mis amigas. Pasó a rebajarme… No lo vi claro y, aprovechando que viajé a Alicante a visitar a mi madre, le comuniqué por WhatsApp que quería dejarlo. Él enloqueció. Y enseguida me dijo que si no volvía con él mataría a mi padre”.

Pita: juguete roto de la fama

El padre de Andrea era Juan Pita, líder del grupo musical Rebeca, una formación que tuvo una tan exitosa como efímera presencia en el panorama musical español de los años 80. La fama mal digerida, el dinero a espuertas, la droga y el alcohol fueron un cóctel que Pita no pudo o no supo gestionar. Tras dos grandes éxitos, pasó al ostracismo más absoluto… Pero de todo aquello hacía ya 30 años.

Pita se recluyó en Santa Perpètua, en una cabaña situada en un huerto alejado del casco urbano, que un vecino de la localidad le cedió para que pudiera pernoctar. Pita vivía y dormía allí, casi a la intemperie, pero a diario se trasladaba a casa de su madre para asearse y comer. El hombre de vida fácil, masculinidad saturada y pocas habilidades sociales que fuera ídolo de fans durante los 80, vivía ahora absorto en sus recuerdos, y empapado en whisky, prácticamente durante todo el tiempo.

Ojo con tu padre que me lo cargo, lo mato, lo mato…

Su padre: ese era el punto débil de Andrea, y Cortés lo sabía. "O vuelves conmigo o me lo cargaré". Y Andrea, infectada por el virus del miedo, claudicó a tal efecto una y mil veces. Volvió con él, pero él la recibió a puñetazos.

"¿Por qué no le dejaste o le denunciaste…?", le pregunté el día que la conocí, hace ya un año, cuando ella se desgañitaba mientras la entrevistaba para explicarle al mundo que ella estaba siendo víctima de una terrible injusticia. "Miedo, pánico a que pudiera hacer algo a mi padre. Al fin y al cabo –Andrea retuvo el aire y cerró sus autoculpabilizados ojos así, como avergonzándose de lo que iba a decir -, él me pegaba a mí, pero no a mi hija".

Si no hay justicia es malo tener razón

Decenas de palizas. Fractura de huesos, cortes en la cabeza, moratones por todo del cuerpo, hasta que los médicos del hospital Parc Taulí de Sabadell dijeron basta, y, al fin, pusieron el caso en manos de los Mossos. A Andrea, casi contra su voluntad, se la llevaron entonces a un centro de acogida para mujeres maltratadas… ¡Pero Juan Cortés seguía con su veneno! La llamaba a su móvil y le enviaba mensajes. Primero amorosos, conciliadores, pero luego amenazantes. Y, de nuevo, Juan Pita en el punto de mira. "¡¡Vuelve o lo mato, lo mato, lo mato…!!".

El día 12 de enero de 2018, Cortés le dijo que ya estaba harto y que iba a consumar su venganza: "Le voy a quemar a él y a su puta cabaña. No va a quedar ni rastro de tu padre…". E insistía: "¿No me dices nada?, pues por mis cojones que lo va a pagar tu padre". Estos mensajes de WhatsApp obran desde el minuto uno en manos de la policía. Y del juez. Pero la lentitud de la justicia a veces se parece a que haya fuego y los bomberos brinden con gasolina…

Ante la pasividad de la justicia, él cumplió la amenaza

Andrea por fin le bloqueó. Aquel día asistió a terapia en el centro de acogida, y por la noche, abrazada a su hija, durmió plácidamente. Al día siguiente, Andrea llamó a su abuela y ésta le dijo que estaba preocupada porque Juan Pita no había ido a ducharse, ni a desayunar como en él era costumbre. Un mal fario recorrió el cuerpo de la joven Andrea, algo parecido a que un latigazo convertido en electricidad le hubiera sacudido por dentro.

La madre de Pita se desplazó al huerto donde vivía su hijo, y allí, sobre las diez de la mañana, se encontró con una escena de cine negro gore: el terreno chamuscado y todavía humeante, la cabaña quemada y a los agentes de la policía científica sacando en una especie de camilla, el cuerpo calcinado de un hombre. Juan Cortés había cumplido con sus amenazas: Juan Pita estaba muerto. Andrea creyó enloquecer.

La siguiente ocasión que me vi con ella, me enseñó los WatsApps y los partes médicos que también estaban ya en manos de la juez de instrucción número 2 de Sabadell, la cual por entonces, dos meses después del asesinato, a pesar de estas evidencias aún actuaba como si oyera llover. No movió ficha en absoluto. Pero sí lo hicieron los Mossos que, inmediatamente, pusieron vigilancia y protección las 24 horas del día sobre Andrea y su hija.

A punto de quedar libre

Mientras, la juez de violencia doméstica dictaba orden de busca y captura contra Cortés por haber quebrantado una de las muchas órdenes de alejamiento dictadas contra el maltratador. Kafkiano: ¡la justicia buscaba a un potencial maltratador, pero no a un asesino!

Finalmente, Cortés, protegido por su familia y asesorado por un potente bufete de abogados, se entregó, y la juez de violencia doméstica, dictó auto de prisión preventiva comunicada y sin fianza.

Pero, esta prisión, en esas circunstancias y por cuestiones legales incomprensibles, no se puede demorar por más de un año. Un año que se cumplía recientemente, durante este mes de abril de 2019. ¡La juez de vigilancia ya no podía hacer nada más por retener en prisión al maltratador! ¡Asombroso!

La juez de instrucción número 2 de Sabadell tenía sobre la mesa un lapidario informe de los Mossos, en el que se demostraban todos los indicios y sospechas que apuntaban, sin el más mínimo género de dudas, a la figura de Juan Cortés (y a dos amigos suyos –uno de ellos "el Jaro"-) como autor material de la muerte de Juan Pita. Pero eso no parecía suficiente… Sin embargo a veces lo que no logra hacer la justicia, lo hacen las circunstancias.

El desliz de Cortés

Cortés, estando en la cárcel, cometió un error definitivo: le envió cartas de amor a Andrea (la última, a finales de marzo). Cartas que, al no ser respondidas, fueron la antesala de otras misivas, éstas ya amenazantes y delatadoras como corresponde a un hombre de masculinidad saturada y tóxica que confunde el amor con la posesión y la dominación y, por tanto, no soporta el rechazo.

Esas cartas, esas amenazas explícitas y receladoras, han impulsado a la juez a decretar prisión provisional y sin fianza por el asesinato con premeditación y alevosía contra Juan Cortés. ¡Por fin! "Por fin se ha hecho justicia, aunque a mi padre ya nadie me lo devolverá. Él dio su vida para salvar la mía".

Ahora, ante la lentitud de la justicia y ante un garantismo que en este caso parece colindar con la indefensión de la víctima, sólo queda esperar a la sentencia de la Audiencia de Barcelona y rezar para que este monstruo, que ha arruinado la vida de una mujer -que ha vivido todo lo peor demasiado pronto, demasiado condensado y con inhumana crueldad-, cumpla con su pena… Con Juan Cortés en la cárcel, a Andrea le queda su hija, dos policías armados hasta los dientes las 24 horas del día a su lado y la ilusión de que todo pueda ser olvidado, que todo cambie, o que mañana tal vez no salga el sol.