Acompañado por un escueto séquito de anónimos que no le dejaron solo, pero que no le hicieron sombra, irrumpió en el primer piso del majestuoso edificio modernista del Hospital de Sant Pau de Barcelona, ante la mirada de decenas de focos y cámaras dispuestos a inmortalizar la figura de esa especie de mesías culé en el que se ha transformado aquel 'enfant terrible' llamado Joan Laporta.

Fue el día 30 de noviembre, el día de su puesta de largo como candidato a las elecciones a la presidencia del Fútbol Club Barcelona. A su derecha, la gran cúpula modernista (orgullo de la ciudad); a su izquierda, la Sagrada Familia; debajo de él, los cimientos que hace más de 100 años albergaron el primer terreno de juego del club blaugrana y, a su lado, cientos de médicos/as y enfermeros/as trabajando sin descanso, ahora que es cuando más los necesitamos. Allí aterrizó Laporta para decir: "Ya he vuelto". Brillante montaje, brillante attrezzo.

Laporta sonreía con ese gesto amable y cautivador de quien sabe ser todo lo contrario a poco que se azuce a la serpiente. Le vi tranquilo, pausado, conciliador. Su piel aceitunada y su pelo escarchado le conferían ese membrete de tipo interesante del que uno se puede fiar. Irrumpió en el edificio modernista de Sant Pau 15 días antes del despliegue de una pancarta gigante, del tamaño de una pista de básquet, a 100 metros escasos del Santiago Bernabéu: "Ganas de volver a veros", decía, socarrón, pero sin ser lo ofensivo que hubiesen querido los Ultras Sur. Por cierto, los primos de estos, los Boixos Nois y los Casuals, maldicen el nombre de aquel o aquellos que dirigen la campaña de Laporta, un candidato con marchamo de presidente desde antes de su presentación y mucho más (así lo dicen las encuestas) desde su irrupción oficial.

Laporta es un hooligan, pero ha madurado. Ha tomado distancia. Ha aprendido la lección. Y eso a la gent blaugrana les gusta y les conforta, pero también les gusta (fíjense qué contradicción) que su presidente sea un tipo de esos que, en un momento dado, pone el pecho por ellos. A la gent del Barça les gusta que su presidente sea un hooligan porque en esto del fútbol, los colores, los escudos y la gloria, en definitiva, las emociones, son la única excusa que lo justifica todo. A ojos del culé, Laporta mantiene lo bueno de antes e incorpora lo bueno de ahora. Antes y ahora mantuvo y mantiene los mismos enemigos: los Ultras Sur de Madrid y los radicales y violentos de Barcelona a los que defenestró hace años, pagando un altísimo precio en lo personal y también en lo familiar. Qué curioso, un 'enfant terrible' cargándose a los violentos. Los Boixos maldicen el nombre de Laporta, pero sus rivales no se atreven, al contrario. Uno de ellos, también presidenciable, le llamó "el puto amo" tras lo de la pancarta.

Laporta ha madurado, se ha moderado. Ha entendido que el Barça es el Barça (y no su Barça) y que lo único que quieren los culés es que su equipo le meta nueve de una vez al Bayern. No te tuerzas Joan…