Un equipo de laSexta columna asiste a una protesta de los chalecos amarillos en París. Acompaña a Jérôme Rodrigues, uno de los líderes del movimiento. Los manifestantes le saludan y quieren fotos con él. Su barba es un emblema porque su cara es la misma que hace meses sangraba por la causa.

"Tuve un impacto en el ojo y ahora estoy ciego del ojo", explica Jérôme, que define así el mal actual que azota a Francia. "Es una generación que siempre ha conocido las crisis. La parte invisible que hace y construye Francia".

Una manifestante ahonda en el análisis de Rodrigues: "El francés se siente abandonado por el sistema. Es la clase invisible, los que no hablan, los que nadie les pregunta, y que siempre sufren de todas las decisiones que se toman sin ellos".

Por esta razón, entre otras, nacen los chalecos amarillos. "Surgen como una forma de llamar la atención de los que podíamos llamar la 'Francia vaciada'. Igual que en España, hay una gran capital que es París que se come todo y un montón de pueblos y ciudades pequeñas que no tienen atención del gobierno", detalla Blas Moreno, codirector y analista en El Orden Mundial.

Enfado, decepción, y sentimiento de abandono. Es el caldo de cultivo en el que se arraigan partidos como el de Marine Le Pen. Ella se presenta como la voz que clama contra el sistema que les ha fallado. Su discurso es claro: contra los de arriba. Así se expresó en los anteriores comicios en Francia: "El sistema os quiere imponer a su candidato".

Le Pen siempre he apoyado a los chalecos amarillos, pero según Jerome Rodrigues el movimiento es, de momento, apolítico: "No se identifica con ningún partido político". No sabemos cuántos chalecos amarillos votan a la extrema derecha, pero sí que la clase trabajadora también ha catapultado a la Agrupación Nacional de Le Pen. En las últimas elecciones europeas fue la primera fuerza política con más de cinco millones de votos.