Hace justo 20 años, 62 militares murieron en el accidente del avión Yak-42. Fue la mayor catástrofe aérea del ejército español en tiempos de paz. En el Yakolev-42 volvían a casa más de 60 militares españoles después de cumplir su misión en Afganistán. Se estrelló en Turquía por una enorme cadena de negligencias. La gestión posterior de la tragedia fue bochornosa. Empezando por la falsificación de las identidades de 30 de los fallecidos. Hubo familias que jamás pudieron enterrar a sus muertos.

De ese accidente se desprendieron más mentiras que verdades. La primera responde al por qué. Horas después del accidente las autoridades españolas se apresuraron a echar la culpa al mal tiempo. El ministerio de Defensa se quitó toda responsabilidad. Mantuvo que su gestión no pudo evitar el accidente. Pero años después en 2017 el Consejo de Estado reconoció oficialmente que el accidente podía haberse evitado si el ministerio de Defensa "hubiera cumplido con su deber".

Segunda mentira: el estado del avión. El ministro Trillo sostenía que el avión era el modelo más seguro. Pero enseguida las familias empezaron a sospechar. Solo dos días después del accidente, en el funeral de Estado, los familiares destrozados por las pérdidas, increpaban al ministro. De hecho, un mes antes del suceso el Centro de Inteligencia del Ejército advertía que los aviones de carga soviéticos que se estaban fletando para este tipo de operaciones tenían un mantenimiento como mínimo muy dudoso.

Pero Trillo echaba balones fuera. Atribuyó a la OTAN la responsabilidad de la contratación del avión. Pero el Consejo de Estado también contradijo al ministro en esto. Certificó que la decisión final la tenía el Ministerio de Defensa y este no se aseguró del buen estado de los aviones. Además, tercera mentira, Defensa envió un informe a las familias en las que echaban la culpa del accidente a un error temerario del piloto. Pero el mismo informe demostró que en realidad la causa del accidente fue el agotamiento y el estrés de los pilotos, tras 22 horas de vuelo.

Cuarta mentira: las cajas negras. Nunca se pudo comprobar qué pasó exactamente en ese avión porque una de las cajas negras estaba rota antes del despegue. Las cajas negras no recogieron lo que se habló en la cabina del piloto minutos previos al accidente. Los investigadores tuvieron que conformarse con analizar las comunicaciones entre la torre de control y la tripulación. Toda la gestión fue precaria a pesar de que Trillo aseguraba de que esas misiones no tenían cortapisas financieros.

Quinta mentira entorno al desastre del Yak 42. Con los años se demostró que Defensa ni siquiera había contratado una póliza de seguros para los 62 militares fallecidos. Y sexta y última mentira: la identificación de los cuerpos. 30 de los 62 fallecidos no fueron identificados correctamente. A Defensa le entraron las prisas. Querían dejar atrás cuanto antes el accidente y por eso no se hizo el trabajo de identificación correspondiente. Trillo planeó el funeral de Estado 48 horas después del suceso sin ni siquiera saber si habían acabado de identificar todos los cuerpos.

El forense turco que se encargó de la labor aseguró que España le insistió en repatriar los cadáveres cuanto antes. Resultado: treinta familias enterraron cuerpos que no eran de sus familiares. No les dejaron abrir los ataúdes y se enteraron años después que en la tumba que velaron no estaban ni sus hijos, ni sus maridos ni sus padres. La realidad se desveló en parte gracias a su insistencia y su investigación a lo largo de estos 20 años.