Víctor Aparicio sabe lo que es tener que ponerse la careta de la heterosexualidad para subir al metro. "Literalmente, apretabas el culo rezando para tener masculinidad suficiente, o no tener esa pluma que te delatase y te llevases una hostia", relata este enfermero.

Es solo una de las muchas precauciones que ha tomado de forma autómata: "Instintivamente, tenemos algo detrás de la oreja que nos mantiene siempre en alerta".

Curro Peña, activista en derechos humanos LGTBI, también ha aprendido a vivir en alerta: "Aprendes a tener las llaves en la mano y a controlar los movimientos que haces".

Los dos han tenido que salir corriendo, en alguna ocasión, para protegerse. "Alguna vez, cuando el grupo que venía de frente no tenía buena pinta, antes de exponerte a ellos prefieres correr", cuenta Víctor.

Los dos saben qué es tener que escanear un lugar. "Siempre tiendes a mirar lo que tienes alrededor y, si de alguna manera hay alguien que se precipita sobre ti, instintivamente te giras; es un instinto de supervivencia", añade Víctor.

Los dos saben qué es vivir en soledad. "No recuerdo mi adolescencia con alegría, no quiero, cómo tanta gente, volver a los años de instituto, porque no conocía a nadie que se pareciera a mí", sostiene Curro.

"¿Qué homosexual no ha tenido una adolescencia terriblemente solitaria?", se pregunta Víctor.

Los dos saben qué es soltar la mano sin querer soltarla. "Un hombre se nos paró delante a menos de medio metro y empezó a gritarnos y a insultarnos. En ese momento, nos soltamos y nos separamos", recuerda Curro.

Vivir en alerta permanente es consecuencia del miedo que viven y vivimos los que amamos siendo mirados, juzgados, insultados y agredidos.