Vidas bajo asedio
Israel mata en Gaza como sea y donde sea: bajo los escombros, en las colas de comida o en brazos de sus madres
El contexto En Gaza no importa si duermes, si corres, si rezas o si haces cola por agua: te pueden matar igual. Esta noche, como tantas otras, Israel ha vuelto a atacar sin distinguir entre hogares, hospitales o puntos de ayuda.

Resumen IA supervisado
En Gaza, la vida diaria se resume en sobrevivir entre ruinas, buscando a quienes aún viven tras los bombardeos. Hoy, al menos 11 personas murieron en un nuevo ataque israelí en el barrio de Nasser, Jan Yunis. Los rescatistas no pueden llegar debido al bloqueo de Israel, y los hospitales están desbordados, sin recursos ni electricidad. La población enfrenta hambre y desnutrición severa, y buscar ayuda humanitaria es peligroso; más de 860 personas han muerto en repartos de ayuda. Gaza sufre sola, muriendo ante la indiferencia mundial, donde vivir se ha vuelto más duro que morir.
* Resumen supervisado por periodistas.
En Gaza, los días empiezan con una pregunta: ¿Estoy vivo? Después, otra: ¿Quién más ha sobrevivido? Y al final, lo de siempre: caminar entre ruinas, buscar cuerpos, reconocer rostros, recoger pedazos de vidas que ya no existen.
Hoy no ha sido diferente. Otro bombardeo. Más muertos. Al menos 11 personas asesinadas al amanecer. Ayer fueron 78. El ejército israelí ha vuelto a atacar el barrio de Nasser, en Jan Yunis. Cada vez queda menos en pie.
Entre los cascotes, un hombre graba con su móvil mientras intenta hablar con una mujer atrapada bajo los escombros: "Mueve tu mano. Estoy grabando para enviar el vídeo a Defensa Civil", le dice. Ella apenas responde. Pero mueve los dedos. Está viva.
Es una prueba de vida. Pero también una prueba de lo que está pasando. Porque los rescatistas no pueden llegar. Israel ha bloqueado la entrada de ayuda y bombardea también a quienes intentan salvar. Aquí, si no te mata una bomba, te mata el tiempo. La espera. El polvo. El olvido.
Los hospitales están al límite. No hay ambulancias. No hay camillas. No hay electricidad. Los heridos llegan en carretillas, en puertas arrancadas, en brazos de sus vecinos. Se hace lo que se puede que ya es casi nada.
En Ciudad de Gaza, un hombre intenta reanimar a una niña. Le habla, le grita, le da palmadas. Por otro lado, un niño llora y dice: "Me he quedado huérfano". Más allá, una mujer grita al cielo con rabia y cansancio: "¡Lanzad ya una bomba atómica y dejadnos descansar!"
Matar con hambre
Israel no solo está matando con bombas. También mata con hambre. El bloqueo lleva meses asfixiando a la población. No hay comida, no hay agua potable, no hay medicinas. Según la UNRWA, uno de cada diez niños sufre desnutrición severa. Y la situación empeora cada día.
La desesperación es tan grande que salir a buscar ayuda es una condena. Ir a por una bolsa de arroz puede costarte la vida. Más de 860 personas han muerto solo en repartos de ayuda humanitaria.
Hoy ha pasado otra vez. Otro tiroteo. Otro reparto. Más muertos. Un joven que sobrevivió lo cuenta sin poder creérselo: "Fui al punto de distribución de comida. Vimos cómo los tanques venían hacia nosotros. Dispararon sin mirar. Nos dispararon a todos".
Aquí, tener hambre es una amenaza. Tener sed, una sentencia. Pedir ayuda, un riesgo.
Un pueblo abandonado
Gaza está sola. Muere en directo. Ante los ojos del mundo. Cada imagen, cada testimonio, cada grito de ayuda, es un puñetazo a la conciencia colectiva. Pero nada cambia.
Las bombas siguen cayendo. Los niños siguen muriendo. Y los que quedan, solo esperan que esto acabe. Como sea. Con lo que sea. Porque lo más duro no es morir. Es vivir así.