La fobia a las personas sin hogar no es un caso aislado. Casi la mitad de las más de 23.000 personas que viven en la calle han sufrido delitos de odio. Una mujer sin hogar de Torrent, Valencia, asegura que "me pegaron una paliza y cuando acabaron me mearon encima y se fueron".

El caso más horrible y mediático ha sido el de Rosario Endrinal, quemada viva en un cajero que fue una trampa mortal.  "Sonreí cuando explotó porque es una cosa inesperada", declaraba uno de los implicados en la agresión durante el juicio.

El discurso del odio suele estar detrás de estos ataques, presentes incluso en los abogados de los presuntos agresores, así lo explica el letrado de un agresor: "Unos individuos en esas condiciones pues son unos cánceres sociales. Y los cánceres no se extirpan con pañitos calientes, sino apartándolos de la sociedad".

Durante 15 años Floren ha hecho de la calle su propia casa, en ese tiempo ha vivido el odio y el desprecio de muchas personas. "Me desperté una vez cuando me estaban meando. No tenían otro sitio, no tenían otro sitio mejor en los cartones donde hay uno durmiendo", denuncia. Aunque no fue su peor experiencia, según Floren, las autoridades también le han humillado: "Unos policías me cogieron la cabeza y me la pusieron en la rueda del coche porque se aburrían".

La situación de vulnerabilidad que viven les hace sentirse sin derechos. Según la coordinadora del Observatorio Hatento, Maribel Ramos, "sólo el 13% de las agresiones se denuncian y al preguntar por qué no denuncian dicen que no tienen confianza en las instituciones". Otros, asegura,  no denuncian por miedo a que sus agresores vuelvan a localizarles en mitad de la noche, y entonces no puedan volver a contarlo.