Saad dejó la escuela a los 12 años para buscar un trabajo en una granja a las afueras de Saná y ayudar a su padre a sacar adelante a una familia de nueve miembros. La decisión no fue fácil ni para él ni para su padre, un clérigo suní que se quedó sin trabajo cuando la rebelión de los hutíes chiíes tomó el control de la capital a finales de 2014 y expulsó al Gobierno de Abdo Rabu Mansur Hadi.

Ahora, gana 1.500 riales yemeníes (el equivalente a unos 2,5 dólares) al día con los que puede conseguir algo de comida para su familia. Saad es uno de los dos millones de niños a los que la guerra en Yemen ha obligado a abandonar la escuela.

"Tenías que ayudar a mi padre", dice Saad, en la calle por la que solía ir al colegio, en el norte de Saná. "Me gusta estudiar, pero no puedo ir a clase mientras mi familia necesita comida", añade mientras su padre, Ibrahim al Zaidi, asiente junto a él.

La guerra estalló en 2014 y se convirtió en un conflicto internacional cuando Arabia Saudí acudió en defensa de Hadi en marzo de 2015, atizando una guerra que ha convertido a Yemen en el peor desastre humanitario del planeta, según la ONU.

"La tragedia que sufrimos nos golpea a todos, no solo a mí", sentencia Ibrahim al Zaidi, que lamenta que un padre tenga que sacar a sus hijos de la escuela para que ayuden a llevar comida a casa. "No puedo alimentar a siete hijos, solo educándolos", cuenta.

"Me gusta estudiar, pero no puedo ir a clase mientras mi familia necesita comida"

Hisham, de 14 años, dejó el mismo colegio que Saad junto a su hermano de 15. Sus razones fueron las mismas: una familia de ocho miembros que necesitaba de todos para salir adelante. Su padre era soldado y perdió su trabajo. Ahora algunas veces lo consigue como contratista, pero no siempre.

Él dejó la escuela después de sexto grado. Sus compañeros más afortunados siguen yendo a clase en una casa abandonada y casi derruida. Allí, alrededor de 500 escolares se turnan en clases de mañana y tarde en un edificio que parece estar a punto de caerse, con paredes llenas de mugre, ventanas rotas o reconvertidas en escritorios y suelos llenos de polvo.

En el lugar no hay ni baños ni comedor y algunos se sientan en el suelo por la falta de sillas, pero al menos ellos siguen aprendiendo. El director de la escuela, Khaled Shamsan, piensa en los que no siguen: algunos de ellos cambiaron los lápices por fusiles. "Algunos de los alumnos decidieron ir con Ansarulá [los hutíes]. Algunos fueron heridos y otros están todavía en el frente", afirma.

Salvar la educación y la infancia

Los niños en Yemen no solo son privados de educación a medida que la guerra continúa, sino que son víctimas del conflicto, según explica la representante de Unicef para Yemen, Sara Beysolow Nyanti.

"Un niño que nace entre bombardeos, en la guerra, en la situación de no saber qué pasará mañana, en una situación en la que no saben si cumplirán sus sueños o no, es el peor sitio para que un niño nazca", indica Nyanti. Agrega que "el sistema educativo ha sido dilapidado" y que la educación es el apartado con menos financiación en la respuesta humanitaria en Yemen.

Unicef y sus socios han verificado alrededor de 3.000 niños muertos y otros 5.000 heridos en el conflicto desde 2015, cuando Arabia Saudí se involucró. "Suponemos que las cifras son mucho más altas, pero por la guerra no podemos verificar todos los casos en todo el país", admite. "Son muchos niños. Ya un niño muerto es demasiado, un niño herido es demasiado", añade.

Pero en el medio de la guerra, el mayor riesgo para los menores no es solo perder la vida, sino perder su futuro por falta de educación. "Si un niño no tiene educación, el niño nunca alcanzará su potencial desarrollo (...) incluso si el niño vive y nunca es educado ¿cuál será la calidad de vida para él?", se pregunta Nyanti.