El volcán de La Palma ya lleva una semana sin dar señales de tener constantes vitales pero los expertos avisan: la emergencia no ha hecho más que comenzar. Aún faltan días para, si no hay síntomas de actividad, decretar el final de la erupción volcánica de Cumbre Vieja. La lava y la ceniza se han extendido por cientos de hectáreas de la isla. Pero más allá de lo material hay un enemigo invisible. Los gases tóxicos no permiten la vuelta a la normalidad.

Según el último informe del Comité Científico Pevolca, las altas concentraciones de gases en determinadas zonas persisten, por lo que se mantienen las medidas de precaución restrictivas para los vecinos y regantes que acceden a las zonas evacuadas.

Por su parte, la operatividad del aeropuerto solo depende de condiciones puramente meteorológicas, señalan, ya que no hay presencia de ceniza volcánica en la troposfera.

La otra lucha de los palmeros

A seis días de que se pueda confirmar el fin de la erupción volcánica, los sistemas de vigilancia constatan los signos de agotamiento del proceso eruptivo, del que se han cumplido tres meses, aunque no es descartable un nuevo repunte de actividad estromboliana y de emisión de coladas.

Además, la lava está a altísimas temperaturas en algunas zonas y sigue habiendo riesgos de colapsos por la adaptación de las lavas al terreno.

A todo ello se suma el estado en el que está la isla, con miles de viviendas y estructuras destruidas y familias que lo han perdido todo. La tarea que queda por delante es inmensa.