El ADN, la misma prueba a la que más de 2.000 vecinos de la localidad madrileña de Algete quisieron someterse para ayudar a esclarecer el asesinato de la joven Eva Blanco, ha permitido finalmente resolver uno de los casos más relevantes de la historia negra de España.

En la madrugada del 20 de abril de 1997, el cadáver de Eva Blanco Puig, que tenía 16 años de edad, fue hallado junto a la cuneta de la carretera que une Algete y Cobeña, situadas al norte de Madrid.

La autopsia determinó que la joven había sido apuñalada en veinte ocasiones y que podría haber sido violada. Los restos biológicos hallados durante esa prueba han permitido, 18 años después, localizar al presunto autor del crimen en la localidad francesa de Pierrefontaine Les Varans.

El detenido, de 52 años, identificado como A.C.G., es un ciudadano español de origen marroquí, que salió de España en 1999. Por entonces, dos años después del crimen, la denominada Comisión Eva Blanco y el Ayuntamiento de Algete impulsaron la realización de una prueba masiva de ADN para ayudar a la investigación, que no había llegado a buen puerto.

Fueron un total de 2.013 los vecinos que dieron su autorización voluntaria para intentar esclarecer los hechos, pero la juez encargada de la investigación no permitió la práctica de esta prueba de manera masiva, sino únicamente en unos pocos casos muy justificados.

Años después, los trabajos en genética forense sobre estudios de ADN efectuados por el Instituto de Ciencias Forenses de la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago de Compostela y por el Servicio de Criminalística de la Guardia Civil han sido claves para esclarecer el caso.

Un caso en el que se abrieron más de cien líneas de investigación, según ha desvelado la Guardia Civil, y en el que la familia de la joven ofreció diez millones de pesetas a quienes aportaran una pista fiable para identificar al presunto autor del crimen, sin éxito.

Pero los investigadores nunca cesaron en su empeño. Hace apenas dos años la Guardia Civil difundió el retrato robot de un hombre al que una testigo vio en el lugar en el que apareció el cadáver para encontrarle y determinar si podía aportar datos sobre el crimen o si incluso era el autor material del mismo.

El retrato robot correspondía a una persona que tenía entre 35 y 40 años, medía entre 1,70 y 1,80 metros, pesaba entre 75 y 80 kilogramos y presentaba una complexión gruesa. De acuerdo con el testimonio de esa mujer, el hombre tenía el pelo castaño, corto y de punta en la parte superior; una cara cuadrada y curtida, con ojos negros y hundidos y el día de los hechos vestía una camisa blanca y jersey de cuello de pico.

Las confesiones de esta testigo, contrastadas con otras manifestaciones recopiladas en el año 1997, apuntaban también a la existencia en la zona de un vehículo Renault 18 de color blanco. El Grupo de Homicidios de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid llamó a la colaboración ciudadana para tratar de avanzar en el caso.