Su puesto ha sido el escenario perfecto para convertirse en el azote de la corrupción balear. Se estrenó en ella en 1992 con el caso Calviá que acabó con la condena por cohecho de dos miembros del PP. Pero su salto a la fama llegó cuando empezó a investigar el caso Palma Arena en el 2010.
Al juez Castro no le importa a quién tiene delante cuando interroga y para muestra, la forma en que recriminaba a Jaume Matas el trabajo de su mujer. “No es normal que la esposa de un presidente vaya pidiendo trabajo, ¡qué encima no hace!”, es una de las perlas que dijo a Matas.
Precisamente a Matas, le impuso una de las fianzas más altas de la historia: 3 millones de euros. Una cifra que empequeñeció con los 8 millones de euros, también de fianza, que impuso a Urdangarin y su socio.
Es de Córdoba, tiene 64 años y quienes le conocen hablan de él como un hombre amable, simpático, pero también es el juez al que nadie querría enfrentarse porque no hace distinciones. Urdangarin le pidió entrar por la puerta de atrás a declarar y evitar así el llamado ‘paseo de la vergüenza’, algo que Castro desestimó la petición y el duque tuvo que entrar a pie.
Su imagen es peculiar, suele llegar al juzgado en bicicleta y siempre tiene buenas palabras para la prensa, aunque nunca más allá de la mera cordialidad. Si el juez Castro no se hace pequeño a la hora de interrogar tampoco lo hace cuando tiene que citar. “Si tengo que llamarlo, lo llamaré”, ha asegurado
En el caso Nóos no le ha temblado la mano. En la última semana ha citado a más de 30 testigos en relación al caso y no tuvo problema en imputar al secretario de las infantas hace dos meses. Ahora, desafiando de nuevo a la Fiscalía, será la infanta Cristina la que haga el famoso paseo que le lleve ante el implacable juez Castro.