Llevan cinco días trabajando en un terreno tremendamente arenoso a 1.500 metros de altura al que solo se llega por aire. En grupos de apenas medio centenar de personas, los rescatadores se afanan en recuperar cualquier tipo de resto susceptible de ser analizado.

Un entorno inhóspito para una labor tremendamente ardua. "La situación cuando llegas te llena de adrenalina, te da muchísimas ganas de trabajar", "se te olvida todo el cansancio que tienes y lo primero que quieres hacer es ponerte a ayudar cuanto antes", explica David Grafulla, trabajador de 'Bomberos Unidos Sin Fronteras'.

En total 600 gendarmes, 350 bomberos, 300 militares y un centenar de forenses componen los equipos de trabajo en altura. Permanentemente sujetos con arneses y cuerdas, tienen que actuar rápido. "Los turnos de trabajo suelen ser cortos si son muy intensos, se hacen relevos entre cinco y quince minutos, dependiendo del trabajo que sea", cuenta David Grafulla.

Y así hasta que se ponga el sol. Entre los diferentes colectivos, tiene que haber una coordinación perfecta porque los cuerpos también tienen que trasladarse a través de helicóptero. "Estamos muy pendientes de lo que nos digan los forenses y los jueces de la zona. Movilizar un cadaver es algo más legal que la premura que puede existir cuando es una persona viva", afirma el bombero.

Son escenas terribles para las que nadie les ha entrenado y que una vez de vuelta a la vida normal les pueden pasar factura. "Imágenes que no se pueden quitar de la cabeza, sensación de irascibilidad o de indefensión", explica Margarita Montes, psicóloga experta en catástrofes. Los expertos recomiendan, asistir a terapias grupales y compartir todo lo que recuerde a ese trabajo tan duro pero a la vez tan necesario.