Yura Nechyporenko solo tenía 14 años cuando Rusia decidió invadir su país, el 24 de febrero de este año. Vivía en Bucha, una ciudad dormitorio en la cercanía de Kiev, junto a su familia. No podía imaginar que en cuestión de semanas su vida se convertiría en un infierno.

Hasta ahora, de acuerdo con Associated Press, se han encontrado más de 1.000 cadáveres en Bucha de ciudadanos tremendamente ejecutados por las tropas rusas. Y Yura, con solo catorce años, pudo librarse gracias a la capucha de su sudadera gris. No así su padre, Ruslan, de 47, que fue asesinado cuando iban en bicicleta, distinguidas con telas blancas en señal de paz, y se dirigían a visitar a vecinos vulnerables que se refugiaban en sótanos y casas sin electricidad ni agua corriente.

"¿Qué estáis haciendo?", preguntó un soldado ruso que les dio el alto. El padre de Yura no pudo responder: el niño escuchó dos disparos y su padre cayó, con la boca abierta, sangrando. Después fue el turno de Yura: un disparo le rozó la mano y cayó al suelo. Otro disparo le dio en el codo y el último tiro dio en su capucha gris.

"Escuché el último disparo y sentí cómo el gorro de mi sudadera se movió. Y entonces algo pequeño, como una piedrecita, cayó cerca de mí. Escuché otro disparo, pero no sé dónde fue", explica el adolescente en declaraciones a AP. Su madre insiste ahora en que eso es una prueba de lo que le sucedió y que no deben tirarla. "Cuando me levanté, vi un gran charco de sangre alrededor de mi padre", cuenta.

La familia enterró a Ruslan de manera improvisada y solo retornaron a mediados de abril, cuando las tropas rusas se retiraron de la ciudad. Yura cumplió 15 años el 12 de abril y lo celebraron de manera tranquila. Otros años su padre, que era un buen cocinero, habría organizado una barbacoa.