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Así fue el funeral de Juan Pablo II, el último papa que murió en activo antes de Francisco

Los detalles
El papa Juan Pablo II murió tras 27 años de pontificado. Durante ese tiempo, se convirtió en un icono global por sus numerosos viajes. Su funeral estuvo marcado por ser al que más jefes de Estado acudieron en la historia.

Así fue el funeral de Juan Pablo II, el último papa que murió en activo antes de Francisco
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Juan Pablo II llevaba 27 años de pontificado cuando falleció. En la plaza de San Pedro no podía haber mayor expectación, y es que el pontífice se había convertido, a base de viajes, en un icono global no solo para los católicos, también para los líderes de todo el mundo.

Independientemente de su ideología, su influencia estaba ahí. Por este motivo, seis días después de su muerte, el Vaticano se preparaba para el funeral con más jefes de Estado hasta entonces en la historia. Tantos eran, que las cámaras no sabían exactamente dónde apuntar.

A las 10:00 horas del 8 de abril de 2005, salía su féretro de la basílica de San Pedro del Vaticano, como marca la tradición, a hombros de los sediarios. Así comenzaba la parte pública de su adiós, la destinada en el protocolo antiguo a los fieles y a los reyes.

Antes de ese momento, se habían realizado a puerta cerrada en esos seis días varios de los ritos obligados tras la muerte de un papa. Entre ellos, por supuesto, la confirmación de su muerte por un médico de la Santa Sede y también por parte del camarlengo, que la hace oficial y la comunica.

También se procede a la rotura del sello papal, personalísimo, con el que se firman todos sus documentos y al velorio en su capilla privada.

De la misa pública se encargaría el que durante 23 años había sido uno de sus más estrechos colaboradores, y que se convertiría en su sucesor, Joseph Aloisius Ratzinger, que le dedicó una lectura entregada, extensa y personal.

Representantes de distintas religiones, creencias, pueblos, y naciones, desfilaron entonces frente a su féretro hasta que ya honrado se procedió a reintroducirlo en la basílica de San Pedro, donde el féretro de ciprés debía guarecerse en uno de plomo y otro de roble.

Finalmente, se le dio sepultura en las grutas vaticanas en un ataúd, por deseo de Juan Pablo II, marcado solo por una sencilla lápida de mármol.