Son las 22:00 horas en uno los lugares más bulliciosos del planeta, la icónica plaza de Times Square, en la Séptima Avenida de Nueva York. De repente, el inocente petardeo de una motocicleta siembra el caos: los viandantes, convencidos de que son disparos, huyen presas del pánico. La estampida provoca al menos nueve heridos.

Sucedió el martes 6 de agosto por la noche, apenas unos días después de que dos hombres acabaran con la vida de 31 personas en Dayton (Ohio) y El Paso (Texas). Un incidente que es prueba gráfica de una angustia colectiva que sufren muchos ciudadanos de EEUU por culpa de la interminable sucesión de tiroteos masivos en el país:

Un goteo incesante que, solo en lo que va de año, se ha cobrado al menos 62 víctimas mortales, según la cuenta de la revista 'Time'. Por su parte, el Gun Violence Archive ha contabilizado 254 tiroteos considerados masivos en 2019.

No sorprende, pues, ese miedo constante que han confesado padecer decenas de usuarios de las redes sociales cuando, según cuentan, asisten a un evento concurrido o simplemente dejan a sus hijos en el colegio. Una sensación de peligro que les lleva a obsesionarse con buscar la salida de emergencia más cercana en conciertos, festivales e incluso salas de cine.

"Siempre que estoy en un espacio público, pienso en lo que ocurriría si hubiera un tiroteo masivo. Es una ansiedad constante, de bajo nivel, que me sigue a todas partes. Me pregunto si solo soy yo. Creo que no". La escritora Geraldine DeRuiter ponía así sobre la mesa este concepto, con un tuit publicado poco después de los tiroteos de Texas y Ohio.

DeRuiter no se equivocaba: en pocas horas, su mensaje recibió miles de respuestas de otras personas que confesaban sentirse angustiadas por el mismo motivo.

"Siempre me encuentro a mí misma identificando salidas y lugares donde esconderme sin darme cuenta". "Pienso en esto en el gimnasio, en tiendas, en campus universitarios, en parques...". "Como madre me asusta sobre todo cuando estoy con mi hijo. Cada día que se va al colegio o al campamento me preocupa que esa noche no vuelva a casa". "Por eso ya no voy a estrenos en el cine".

"Soy profesora. Cada día cuando voy a trabajar pienso: 'espero que mis clases vayan bien, espero que me dé tiempo a comer, espero que los niños y yo no recibamos un disparo hoy".

Más y más personas se unían a la escalofriante conversación. Algunas relataban que han recibido terapia psicológica como consecuencia de este miedo paralizante. Otras han dejado de acudir a cines y eventos multitudinarios. Todas tienen en común el miedo, latente pero omnipresente, a que estalle un nuevo tiroteo.

El aluvión de respuestas llevó a la autora de la publicación original ha escribir un artículo en 'BuzzFeed' sobre esta suerte de estrés postraumático colectivo: "Esta es nuestra nueva normalidad, y es de todo menos normal", escribió.

Una inquietante 'normalidad' con la que la sociedad civil exige acabar, con nuevas manifestaciones en las que piden controles más férreos a la venta y tenencia de armas, en un país donde poseer una es un derecho protegido por la Segunda Enmienda, una ley promulgada en el siglo XVIII, mucho antes de que existieran las armas semiautomáticas.

Ya el año pasado, los adolescentes que sobrevivieron a la masacre de Parkland, en Florida, encabezaron un mediático resurgir del movimiento antiarmas que llegó a la portada de 'Time' pero no tuvo reflejo en la legislación. Entonces, la solución sugerida por el presidente Donald Trump pasaba por echar más gasolina al fuego: armar a los profesores para proteger a los alumnos.

Un año después y frente a las protestas, el mandatario ha reconocido que el país necesita restricciones a la venta de armas, aunque ha precisado que cualquier reforma que se lleve a cabo deberá tener en cuenta las opiniones de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), el todopoderoso lobby proarmas de EEUU, contrario a cualquier cambio legislativo que restrinja el acceso a las armas.

Entretanto, los ciudadanos, cansados de vivir con miedo, demandan soluciones políticas que vayan más allá de los recurrentes "thoughts and prayers" cada vez que un nuevo tirador decide cercenar decenas de vidas.