"Empezó una hora y media más tarde, pero a la reina del pop se le perdona todo", comenta Tatiana Arús en Aruser@s acerca del concierto que Madonna celebró anoche en el Palau Sant Jordi. Esta noche, la artista volverá a llenar el estadio con una segunda parada de su tour en esta ciudad.

Una veintena de bailarines, más de 400 metros cuadrados de escenario, centenares de focos y, en el centro, Madonna, la diva eterna. Así fue el show que hizo brillar sus 40 años de carrera, un deslumbrante espectáculo repleto de éxitos ante un público rendido a sus pies.

Por una pasarela de 70 metros desfiló la reina del pop y con ella toda una vida "con cosas hermosas y cosas feas", según decía ella misma, pero sobre todo, con mucha música y mucho que agradecer porque "el mero hecho de estar vivos es un privilegio". Recordemos que Madonna temió no poder reencontrarse con su público cuando el pasado verano anuló el tramo americano de la gira por una grave infección bacteriana que la llevó a la UCI. Solo cuatro meses después, vuelve a estar sobre los escenarios.

Aunque las coreografías de esta gira no son tan exigentes para la diva como en otros tiempos, ella sigue marcando estilo y manteniendo su carisma intacto. Madonna fue la anfitriona de un reencuentro emocionante y la artífice de un montaje grandioso que sus 18.000 espectadores disfrutaron extasiados.

"Esta es la historia de mi vida", decía la cantante de 65 años, que inició la fiesta recordando a aquella joven veinteañera llamada Madonna Louis Ciccone que llegó a Nueva York desde Michigan para bailar, cantar y triunfar. Eran los lejanos años ochenta y la estética punk y grafitera de la época inundaron las pantallas colgantes situadas sobre la pasarela y las fijas del fondo del escenario, mientras los más veteranos de los seguidores se sentían transportados a su juventud con 'Burning up' y 'Open your heart'.

Tras esta primera parte de contagiosa alegría juvenil, llegó uno de los momentos más emotivos de la noche cuando la reina recordó a las víctimas del SIDA. Cantando 'Live to tell', sobrevoló el recinto subida a una máquina del tiempo de paredes transparentes donde se proyectaron fotografías en blanco y negro de los fallecidos.

Pero esta fue solo la primera muestra del potencial del escenario y sus pasarelas, que a lo largo del concierto se trasformaron en una iglesia pagana en 'Like a prayer', en un ring de boxeo en 'Papa don’t preach', una gran orgía en 'Erotica', un concurso de baile en 'Vogue', una hoguera en 'Crazy for you', una fiesta country en 'Don't tell me' y un planeta futurista en 'Ray of light'.

Un viaje en el tiempo que le permitió recuperar vestuarios icónicos y en el que la diva estuvo acompañada por sus hijos: Marcy James al piano en 'Bad Girl', Estere como bailarina en 'Vogue' y David Banda a las cuerdas en 'Mother and father'. También hubo tiempo para los discursos en defensa de los derechos de la comunidad LGTBI y para pedir que "amemos a nuestro vecino como a nosotros mismos", pero sobre todo para la música y para dejar claro que Madonna sigue en lo más alto.