Desde bien temprano, la sala de control del Centro Espacial Kennedy (KSC, Kenedy Space Center) estaba repleta. Llena de hombres blancos con camisas blancas y corbatas oscuras. Lo habitual a finales de los años 60, aún más si hablamos de ciencia y tecnología. El equipo de lanzamiento observaba desde las consolas cómo el cohete Saturn V propulsaba la misión Apolo 11 hacia el cielo.

Casi imperceptible, en mitad de la fotografía que acompaña estas líneas, se ve a una mujer. Joann Morgan, la única mujer blanca en la sala de control del lanzamiento del Apolo 11, la primera misión que llevaría a la Humanidad a pisar la Luna. Ella era la única blanca: al fondo de la imagen, a la derecha, también puede verse un grupo de mujeres negras, matemáticas. "Calculadoras humanas" que trabajaron durante años en la sombra para hacer posible la carrera espacial.

"Espero que las fotos como las que yo tengo ya no existan"

Aquel 16 de julio de 1969 se hizo historia por partida doble. Era la primera vez que la ingeniera aeroespacial Joann Morgan asistía a un lanzamiento desde el centro de control. A pesar de haber sido parte esencial en lanzamientos anteriores como controladora de instrumentación, Morgan nunca había podido sentir las vibraciones de la onda expansiva del cohete que ella misma había llevado hasta allí. El centro de control no era lugar para mujeres.

"Miro esa imagen y espero que, en todas las fotografías de los equipos de las misiones a la Luna y a Marte, siempre haya mujeres. Espero que las fotos como las que yo tengo ya no existan", dice Morgan en una entrevista a la NASA con motivo de los 50 años de la llegada a la Luna.

Han pasado cincuenta años desde aquella instantánea y, afortunadamente, las cosas han cambiado. Ya no es extraño encontrar ingenieras, astrofísicas o astronautas. Gracias, en parte, a mujeres como Joann Morgan, entre tantas otras. De hecho, en 2024 la NASA tiene previsto volver a la Luna, con el proyecto Artemisa, y será una mujer quien grabe su huella en la superficie lunar. La primera mujer en la historia. Parece ficción, pero a las puertas del siglo XXI, las mujeres todavía tienen que romper barreras.

Combustible de cohete en la sangre

La primera vez que Morgan escuchó despegar un cohete fue cuando se mudó a Florida desde Alabama con su familia. Eran los años 50 y ella oía el estruendo desde la escuela secundaria, tal y como recuerda ella misma para la NASA. Ocho años después, el 31 de enero de 1958, el Explorer 1 se lanzó al espacio y esto marcó su futuro.

Gracias al Explorer 1 se descubrió el famoso cinturón de radiación de Van Allen, un hallazgo que inspiró a Morgan a ser parte del programa espacial cuando no tenía ni 18 años. Ella misma narra en la entrevista para la NASA lo que pensó: "Este es un descubrimiento importante, y quiero ser parte de este equipo". Y lo consiguió.

Su oportunidad llegó ese mismo año. Después de postular para uno de los dos puestos de ayudante de ingeniero para estudiantes en la Agencia de Misiles Balísticos del Ejército en Cabo Cañaveral. "Gracias a Dios ponía 'estudiantes' y no 'niños', de lo contrario, no me hubiera postulado", asegura Morgan.

La joven se graduó en la escuela secundaria el fin de semana, empezó a trabajar para el Ejército el lunes y participó en su primer lanzamiento el viernes por la noche. Tenía 17 años y su carrera había comenzado a despegar.

Después de convertirse en ingeniera de Medición e Instrumentación e ingeniera de Sistemas de Datos, en 1963, con 23 años, empezó a trabajar para la NASA en el Centro Espacial Kennedy, en el equipo de Kurt Debus. Como ella misma dice, tenía combustible de cohete en la sangre.

"No le pides a un ingeniero que haga café"

Antes de que Morgan se uniese al equipo, su supervisor Jim White reunió a todo el grupo a solas para explicarles la situación: "Es una joven que quiere ser ingeniera. Debéis tratarla como a un ingeniero. Pero ella no es vuestra amiga. La llamaréis Sra. Hardin". Era la única mujer en el equipo, por lo que la primera pregunta no extrañó a nadie en aquel contexto: "¿Podemos pedirle que haga café?", a lo que White contestó sin dudar: "No. No le pides a un ingeniero que haga café".

Un pequeño paso para Morgan, un gran salto para las mujeres

A pesar de los esfuerzos de su jefe, a Morgan le recordaron demasiadas veces que aquel no era su sitio. De hecho, a pesar de ascender a ingeniera senior y participar en todos los programas Mercury, Géminis y Apolo, a Morgan no se le permitía estar en la sala de despegue. Hasta el lanzamiento del Apollo 11. "Fue muy valioso", reconoce en el artículo de la agencia espacial, donde asegura que fue esencial para su carrera. Parafraseando las palabras de Neil Armstrong al pisar la Luna: un pequeño paso para Morgan, un gran salto para las mujeres (también para las muchas que trabajaban, invisibles, para la agencia estadounidense).

Morgan rompió el techo de cristal una y otra vez. Fue la primera mujer jefa de división en la NASA, la primera en ser nombrada ejecutiva senior del Centro Espacial Kennedy y su primera subdirectora. Morgan fue pionera en todo. También en obtener una beca Sloan para estudios de posgrado. En 2003, después de 45 años al servicio de la ciencia, se retiró de la NASA y a día de hoy continúa siendo la mujer más condecorada de la agencia.