Hay una realidad evidente que es que a día de hoy, ni usted ni yo podemos cambiar de provincia ni para ver a nuestros familiares y que hay 11.000 turistas alemanes en Mallorca que han provocado la escena más simbólica de este final del estado de alarma: los empleados de un hotel saliendo a aplaudir a sus nuevos clientes germanos, espero que obligados por sus jefes, oficializando que pasamos de ser un país que aplaude a sus sanitarios a ser una monarquía bananera que ovaciona a sus turistas. Faltaba Pepe Isbert dando el discurso.

Ante esto suele haber dos actitudes: cagarse en todo e indignarse, tomar conciencia del país que hemos construido y rebelarnos, para a continuación no hacer nada útil al respecto. Esta sería la mía. De hecho, realmente no sé si puedo hacer algo al respecto, porque tanto lo que ha pasado en la pandemia como ser un país que necesita aplaudir a sus turistas es algo que viene de décadas de construcción errónea de esta santa nación y no creo que se pueda hacer mucho a corto plazo, y menos un ciudadano medio. Eso sí: yo me exaltaría, me pondría muy conspicuo, encendería la tele y pondría Netflix. Pero muy enfadado y muy serio, eh.

La otra actitud posible es la de Fernando Simón. La de los servidores públicos. La de la gente que sabe analizar lo que pasa igual que yo (y mejor), la que se indigna igual, pero hace lo que tiene que hacer. En el caso de la llegada de los turistas a Mallorca, evidentemente Simón hace su trabajo y se prepara para la importación evidente y lógica de casos de coronavirus, pero hace algo más: comunicarlo muy bien. Su labor poniéndose delante de los medios durante todos estos meses, transmitiéndonos certezas e incertidumbres, haciéndonos sentir (a mí por lo menos) un poco menos temeroso, es para enmarcar.

Al margen de su trabajo, que eso lo tienen que valorar los que saben, la labor de comunicación de Simón, que es vital en una situación como la que hemos vivido, es simplemente inmejorable y ha hecho mucho bien. Y ante lo de los turistas alemanes, dijo: “Este número [el de casos importados], a medida que se abran las fronteras, irá creciendo. Tenemos que tener mecanismos claros de control. Tenemos que entender que España, hasta la fecha, tal vez en el futuro seamos un país que vivamos de la ciencia, pero ahora mismo somos un país que vivimos del turismo en un porcentaje muy importante”.

Y cuando Fernando Simón se enteró de que venían, cuando vio cómo se le complicaba el trabajo, cuando, seguro, sintió algo de miedo e incertidumbre, o cuando llegó a su casa y se puso a hablar con su familia de la rueda de prensa, pues posiblemente ese señor se cagó en los muertos de alguien. De su país, de su suerte, de tener que poner de manera tan obscena en riesgo nuestra salud porque si no nos vamos al carajo. Pero él sabe que, tristemente, es lo que hay que hacer. Y le jode, eh, porque “tal vez en un futuro seamos un país que vivamos de la ciencia” no es una frase gratuita, es una crítica mordaz y que nos representa a muchos dicha delante de un ministro. Pero él hace lo que tiene que hacer. Lo que hay que hacer. Ejecuta. Y sin gente ejecutiva, todo se iría más a la mierda.

Socialmente quizá estamos más reconocidos los que nos indignamos, porque somos “valientes” y nos mojamos. Pues mire, no: realmente no hacemos gran cosa. Hacen más los que ejecutan. Hace mucho más Fernando Simón.