48 textos después, pasado el confinamiento y todas las fases de desescalada, es el momento de terminar con ese pop up blog que nació con idea de ser una terapia para mí y ha terminado siendo yo qué coño sé. Supongo que, como todo diario, lo releeré dentro de cinco años y me dará vergüenza, pero lo malo de hacerlo público es que vosotros y vosotras lo leeréis dentro de cinco años y también os dará vergüenza. No creo que recuerde estos casi 100 días con cariño nunca, pero quién sabe si no vendrán tiempos peores.

Tardaremos mucho tiempo en sacar las verdaderas conclusiones de qué nos ha supuesto todo esto, pero hay conclusiones que ya puedo dejar por escrito para la posteridad.

  • No, no somos mejores que antes. Eso nos queríamos creer para darnos esperanza, pero la realidad es que, al menos en mi experiencia, no es así. Ni yo creo que lo sea ni casi nadie a mi alrededor. Los que eran buenos han sido muy buenos y los que eran malos han sido muy malos, pero por norma general, casi nadie me ha sorprendido para bien y muchos me han sorprendido para mal. Creo que a todo el mundo le ha pasado que hemos descubierto que un familiar, un compañero de trabajo o alguien del entorno cercano es muchísimo peor persona de lo que imaginábamos. Si ha cambiado algo, es que vamos a dejar de tener relación a medio plazo con algunas personas. No sé si eso es malo, porque la vida es mantener a gente e ir dejando otra atrás, pero ha sido una manera muy traumática de descubrir cuánto cabronazo hay.
  • No, no valoramos más las cosas importantes. Si ahora valoras más a tu padre, igual es que antes tenías un problema. Puede que valoremos más las cosas no importantes, y eso la verdad es que está bien. Estaría genial que amásemos más la libertad de movimiento, pero no solo en nosotros, sino en todos, para que nos sirviera para solidarizarnos con las personas que están privadas de libertad. ¿Creo acaso que somos más empáticos con la gente que está presa, por ejemplo? Pues no, no lo creo.
  • No, no nos importan más nuestros vecinos. Ya te da igual cuándo es el cumpleaños del del cuarto izquierda del edificio de enfrente. Y permíteme que añada algo: por suerte. No somos comunidades más homogéneas ni más férreas. La gente que se ocupaba de los demás antes de esto ha demostrado durante la pandemia que son uno de los pilares de esta sociedad. En Madrid, por hablar de lo que conozco, han salvado del hambre a gente. Y eso es grandísimo. Pero no, ahora nuestro ayuntamiento no les cede locales que tienen vacíos para seguir haciendo su labor. Porque sí, sigue sin importarles una mierda.
  • No, no salimos más unidos de esta. De hecho, salimos más divididos. Y llegados a este punto, y sabiendo que para todos es mejor que fuéramos un país menos enfrentado, llega un punto en el que buscar los espacios de consenso se antoja un imposible y uno opta por el sálvese quién pueda. Antes tenía claro que no iba a poder convencer a nadie de lo que creo, ahora creo que no voy a poder convencer a nadie de que no me dañe por pensar diferente. Así que me declaro insumiso de la unidad. La autocrítica sirve de cara a uno, para crecer, pero no sirve de cara a los demás, porque solo servirá para que tu posición sea más débil y no provocará una relación de equidad en el de enfrente.

No, no soy la persona más optimista tras este confinamiento. A ver si el próximo sí que nos sirve de algo.