¿Cuándo fue la última vez que te sentaste en el sofá a descansar sin hacer nada, absolutamente nada? ¿Cuándo fue la última vez que dejaste la mente en blanco y miraste un paisaje sin pensar en trabajo, niños, tareas? ¿Cuándo escuchaste un rato música y cerraste los ojos o diste un paseo en calma sin ir corriendo a ningún sitio?

Y ahora, si conseguiste hacerlo, descansar unos minutos, una hora… ¿lo hiciste sin sentir culpa, sin sentirte incómoda, sin sentir que deberías estar haciendo otras cosas o que estás perdiendo el tiempo? En qué momento hemos decidido que "el derecho a descansar" no nos es propio. ¿En qué momento hemos comprado este modelo de madre superwoman, 'multitasking', que come de pie, que resuelve conflictos mientras cocina y atiende una llamada de trabajo?

Llevo semanas analizando los datos del estudio europeo de 'Makes Mothers Matter', hablando en medios sobre las conclusiones que nos deja a las madres españolas con el mayor agotamiento e impacto en la salud mental de toda Europa. No, no me sorprende, coincide con nuestros estudios, pero me sigue cabreando y mucho.

Y aquí un ejemplo de los mensajes que me mandan. Y no es ni mucho menos un mensaje aislado: es el reflejo de una generación de madres agotadas.

"Qué mal llevo eso, Laura... Me siento un rato a ver la tele o lo que sea y ya está detrás la culpa: tengo que hacer cosas del cole, limpiar, comida, hacer deporte... Que luego intento hacer todo, pero el rato que me siento a descansar, mi cabeza me martiriza y mi cuerpo me zarandea como diciendo: 'Venga, que se va el día y hay muchas cosas que hacer; ya descansarás esta noche cuando te acuestes'. Cada vez llevo peor las rutinas, las prisas, viendo mi vida pasar y a mi niño crecer super rápido".

No descansar, hacer y hacer, pensamos que es una decisión personal. Porque otros, los que piensan por nosotras, nos hacen sentir insuficientes, culpables si no somos capaces de llegar a todo, débiles si necesitamos parar, descansar, huir y quejicas si decimos algo.

La sociedad nos hace sentir mal por estar agotadas al borde del colapso. Como si no ser capaces de cuidarnos y descansar fuera otra responsabilidad más nuestra. Como si fuera una elección, como cuando eliges café solo o con leche por las mañanas. Otra carga más, invisible y sufrida en silencio. ¿Por qué no te cuidas? ¿Por qué no descansas? Porque para descansar, como diría Woolf, 'necesito una habitación propia, necesito tiempo propio'.

Hemos crecido con un modelo de madre que cuando llegaba la noche decía: 'Por fin me siento por primera vez en todo el día' o 'No puedo sentarme, tengo muchas cosas que hacer', como si un ser superior estuviera auditando su trabajo en casa, valorando si llegaba al nivel de 'madre perfecta y ejemplar', cada día.

Un modelo que, en vez de activar el cambio, se aplaudía, se perpetuaba con una falta de corresponsabilidad aceptada. No se cuestiona al hombre que es capaz de priorizar su descanso, su tiempo de ocio. No se piensa quién está haciendo todo lo demás para que ellos puedan descansar, disfrutar, realizarse y avanzar.

Mientras muchos hombres juegan al pádel, se toman la cervecita de después del trabajo, ven partidos de fútbol enlazados, muchas, demasiadas mujeres madres cuidan, no se sientan en todo el día. Si osan descansar se sienten mal, incompletas, insuficientes. Y es que a veces es mejor no parar, no dejar de hacer para no enfrentarnos a una realidad injusta, que duele y que nos dice de frente: "esto no es lo que quiero".

Vale. Muchas diréis, 'yo sí descanso', 'yo sí tengo una pareja corresponsable'. Pero es que esto no va de ti, ni de mí, va de por qué nos cuesta relajarnos, descansar, de por qué sentimos que es perder el tiempo. Esto va de la realidad social que llevamos estudiando una década y que nos dispara datos como este sin anestesia: "El 73% de las mujeres madres llegan agotadas al trabajo por el otro trabajo que no se ve", ese trabajo que cargamos solas e incomprendidas.

Así que, desde aquí una ODA a la mediocridad, como me cuenta Leticia Dolera esta semana en el podcast de Malasmadres. Oda a no llegar, a no hacerlo bien, a cenar pizza congelada y no acordarte del regalo del cumpleaños infantil…

Y esos minutos que ganas, dejando de hacer, soltando, permitiéndote ser mediocre, enciérrate en el baño, túmbate y pon la mente en blanco porque está en juego tu salud mental. Esa que, si a nosotras no nos importa, a ellos menos.