Ya se han pasado. Parecía que nunca iban a acabar y que viviríamos siempre en ese sueño llamado Navidades de fiestas, comidas y jolgorio. Pero todo tiene un fin, y las fiestas se han terminado con un broche final en forma de roscón de Reyes, dejando paso a los propósitos para el año nuevo. Como si una fecha en el calendario nos ayudara a hacer borrón y cuenta nueva con nuestros hábitos.

Ejercicio, sueño, idiomas, viajes, y, por supuesto, nutrición. Nuestro teléfono parece que puede convertirse en un coach a medida de nuestras necesidades y nuestros propósitos. Nos prometen ser la solución definitiva para cumplir con aquello que nos hemos propuesto para este 2020. Todo bajo un estricto control basado en monitorear nuestros avances y ayudándonos en forma de “tips” (o, en español, consejos). A un solo golpe de pulgar somos capaces de saber (presuntamente) cuántos pasos hemos dado durante la mañana, la “calidad” de nuestro sueño, o el número de calorías que hemos ingerido o vamos a ingerir, con tan solo escáner el código de barras de un producto.

Es un boom innegable sin comparación desde que aparecieron en nuestra vida los llamados teléfonos inteligentes. De hecho, durante 2018, las apliaciones de control deportivo superaban los 2.300 millones de euros de volumen de negocio a nivel mundial, según datos de varios portales de estudios estadísticos. De hecho, durante 2019, la app Yuka aparecía en nuestro país y se convertía en una de las más descargadas.

Se calcula que más de 10 millones de personas escaneaban códigos de barras de todo tipo de productos para “descifrar su composición y evaluar sus efectos para la salud”, en palabras de sus creadores. Un año después sigue estando en el top 5 de las aplicaciones más descargadas junto otras de estilo similar. Una moda que hace a los expertos que nos planteemos si de verdad son efectivas, y, por otro lado, si puede acarrear efectos negativos que no hemos tenido en cuenta hasta ahora.

¿Pueden las app llegar a obsesionarnos?

Nadie niega la buena intención que hay detrás de estas aplicaciones, así como la del usuario que se la descarga para mejorar su salud y su estilo de vida. Ya sea para empezar o mejorar su tabla de ejercicio, saber qué esta comiendo, o descubrir cuál es la marca más saludable. De hecho, son muchos los estudios científicos que hay ya en las bases de datos científicas que hablan del papel positivo que pueden llegar a tener como refuerzo para lograr los objetivos que cada uno se marque.

Pero, no todo es oro lo que reluce. Y también empiezan a aflorar estudios donde alertan de la posible relación de estas apps y un comportamiento obsesivo que puede traducirse en desórdenes alimentarios y psicológicos, rutinas de ejercicio excesivas o no adaptadas a la fisiología de la persona, insatisfacción corporal, distorsión de la imagen corporal de uno mismo, o, conductas perfeccionistas que se alejan de ser de todo menos saludables.

Es verdad que el saber es un punto clave para hacer un cambio en nuestros hábitos. Muchas veces hacemos y repetimos algo que no es saludable por total desconocimiento. Otras, por rutina, por falta de motivación, o por multitud de factores. Cada persona (y paciente) es un mundo. Y es el papel del profesional descubrir la causa y ponerle remedio.

Sin embargo, ese conocimiento de qué comemos, cuánto comemos, o cuanto nos movemos, puede volverse en nuestra contra en función de nuestra personalidad. Y ese control puede volverse en nuestra contra con una excesiva exigencia que ignore las necesidades y límites reales de nuestro cuerpo. Monitorizar lo que comemos o lo que nos movemos no tiene por qué ser útil para todo el mundo, por lo que no podemos decir que estas herramientas sean la “panacea” que todo lo cura.

¿Cuál es el límite de mi cuerpo? ¿Todos los días voy a poder hacer las mismas marcas y logros deportivos? ¿Necesito comer todos los días las mismas calorías? ¿Qué pasa si no duermo las horas que la app me indica que son las óptimas? ¿Quién establece que esos son los rangos saludables para mi? Estas preguntas son las primeras que saltan a mi cabeza cada vez que he descargado y abierto una de estas aplicaciones. Si algo aprendí en la carrera es a saber que cada persona es diferente, cada cuerpo es diferente, y no hay dos días iguales, ni dos días que necesitemos lo mismo.

Todo influye, todo cambia, y ser rígidos para alcanzar objetivos pre-marcados no siempre es motivante. De hecho, puede ser todo lo contrario, totalmente frustrante. Y la frustración puede llevar al abandono, y el abandono a la culpabilidad. Y empezar un círculo vicioso que tantas veces he visto en consulta: la persona que ha empezado miles de dietas pero nunca ha conseguido ni terminado ninguna. Y lo mismo pasa con las aplicaciones. Un estudio de la Universidad de Singapur sitúa en el 90% la tasa de abandono de este tipo de “planes” antes del año.

¿Son fiables las app de contar calorías?

De la misma manera que contar datos no te convierte en entrenador personal, contar calorías no te convierte en dietista-nutricionista. Vivimos una revolución de escáneres de códigos de barras que analizan lo que comemos incluso antes de que compremos la comida. Informan de lo saludables (o no) que son esos alimentos y cuentan las calorías de todos y cada uno de los bocados que damos o pretendemos dar.

Yuka, MyRealFood, Coco, myHealth Watcher… por solo nombrar unas cuantas. Diseñadas para educarnos en las mejores elecciones alimentarias y monitorizar nuestro cumplimiento. ¿Estás comiendo de forma saludable? Haz click y descúbrelo. Con esa promesa todo parece fácil, sencillo, y, lo que puede ser a veces peligroso, es un efecto “moda”. Tu compañera de trabajo lo hace, tu amigo lo hace, tu padre lo hace, y tu, acabas haciéndolo. Pero, ¿qué exactitud tienen?

Según declaraciones de Joan Gil, CEO de myHealth Watcher a la revista SModa de ElPaís, estas aplicaciones “nos ayudan a escoger lo que más nos conviene, pero no hay que tomarlas a rajatabla, porque la cadena alimentaria y la trazabilidad de los procesos es compleja”. Dicho de otra manera, pueden servir de “guía”, pero nunca ser una biblia para la nutrición. Como ya he dicho, no todos somos iguales ni todos los productos son adecuados para todo el mundo. Y no procesamos igual 100 calorías que provienen de una galleta a las que provienen en forma de piña. De la misma manera que los ultraprocesados, aunque todos tenemos que comer la menor cantidad posible, los límites no son los mimos para un sujeto sano, que para uno que padece hipertensión arterial o hipercolesterolemia.

¿Causan las app trastornos de la conducta alimentaria?

Evidentemente el debate ya ha llegado a la esfera social, y, por supuesto, a las redes sociales. Y publicaciones de defensores y creadores de este tipo de herramientas que juran y demuestras con testimonios, que existen casos donde se ha “curado” a alguien que padecía anorexia nerviosa, no han hecho más que echar más leña al fuego. El debate está servido con una de las patologías que más controversia llegó a causar en los años 80: los trastornos de la conducta alimentaria.

No sólo hablamos de anorexia nervioso o bulimia nerviosa. Los trastornos de la conducta alimentaria también incluyen otras patologías como el trastorno por atracón, la vigorexia o la ortorexia. Aunque esta última, al ser la más recientemente descubierta, no está incluida en los manuales de ordenación de las enfermedades psicológicas como el DSM o el CIE. Y no porque no exista, si no porque aún no se ha desarrollado una herramienta de diagnóstico lo suficientemente definida y comprobada, aunque todo apunta a que el cuestionario ORTO-15 puede que acabe siendo el elegido.

De hecho, este debate ya se inició cuando se hablaba de la relación entre las redes sociales y la ortorexia, o, dicho de otra forma, la obsesión por comer sano. Y no por nada, existen estudios que parece que indican que Instragram puede ser la red social que más casos de ortorexia podría despertar entre sus usuarios. Aunque aún faltan más estudios para confirmar esto, parece que todo apunta a que tanto app como redes sociales donde se lanzan continuamente mensajes de “come bien” puede despertar la patología.

¿Por qué digo “despertar” y no digo “causar”? Porque los trastornos de la conducta alimentaria son mucho más complejos de lo que se suele pensar de ellos. Es muy fácil reducir casi al absurdo una enfermedad psiquiátrica con “quiere estar delgada”, “come y vomita”, o “está obsesionado con comer sano”. Esta complejidad es tan grande, que para que aparezca, son muchos los factores que influyen, no uno sólo. Y uno de los más importantes es la personalidad del sujeto. Por decirlo de una manera sencilla, existen personalidades que son más propicias a padecer un TCA. Es decir, que la app no es la causante del trastorno. Pero sí puede ayudar a despertarlo.

Es decir, que, si yo soy una persona predispuesta a tenerlo, y, además tengo estímulos que hacen que aumente el riesgo como son las redes sociales y las app (igual que en su día se señalaba la publicidad o las modelos de pasarela y el ideal de “belleza” perfecta), tenemos una mezcla explosiva para que afloren casos de personas que están obsesionadas con comer sano, y transigir un día pueda suponer un problema. Da igual Navidades, que un cumpleaños, o, simplemente, un fin de semana con amigos.

¿Dónde está la diferencia entre estar preocupado por tu alimentación y la obsesión? Cada vez que respondo esta pregunta me acuerdo de mis profesores que, durante la carrera, me enseñaron la asignatura de psicopatología alimentaria. El sufrimiento. Esa es la clave. Cuando una persona sufre física y/o psicológicamente, lo que puede ser un hábito saludable se convierte en un problema. Todos lo pasamos mal si “nos saltamos” nuestro plan de comer bien. Pero si de pasarlo mal, pasamos a conductas compensatorias, depresión, ansiedad, etc… Tenemos un problema.

Y de la misma manera que una simple app no es la causante de una enfermedad como los TCA, tampoco esta app o el modelo alimentario que promueva puede curarla. Es mucho más complejo que recuperar peso. Creo que, en mi carrera, nunca me he encontrado una enfermedad tan compleja psicológicamente y físicamente como el TCA. Durante los más de 3 años que estuve trabajando con pacientes con este tipo de enfermedades, jamás vi algo parecido. Años de tratamiento (la media es entre 4 y 5 años), un equipo multidisciplinar de personas, entre psiquiatras, psicólogos, enfermeros, nutricionistas, etc… trabajando todos a una para sacar a esa persona a flote.

Lo que más me marcó fue saber que “nunca” se cura. Se enseña a la persona a convivir con la enfermedad y a mantenerla a raya, pero los pensamientos siempre están ahí, y debe aprender a gestionarlos. A lo mejor, por haber estado rodeado de pacientes que han luchado contra la enfermedad, soy mas sensible al tema. Y este es, personalmente, uno de los grandes miedos que tengo con esta moda de las aplicaciones y corrientes de alimentación saludable por redes: que la gente llegue a obsesionarse, pierda la parte de “placer” de la comida, y entre en una espiral que he visto lo difícil que es salir de ella.

Mucho más me duele ver cuando alguien publica que siguiendo tal forma de comer, o haciendo tal otra cosa, se ha “curado” de una anorexia, una bulimia, o cualquier otro TCA. Se perfectamente que no es así, y mucho menos si “presumes” de que lo has conseguido. Compañeros psicólogos lo saben, y comparten mis miedos. Y lo que es peor, cuánta gente abandonará sus terapias (muchas veces pagadas de sus bolsillos porque la sanidad privada no llega a poder tratar todos los casos), cuantos casos no serán diagnosticados porque la persona intentará curarse por sí misma bajándose esa app y empezando a comer de esa forma. Y lo que es peor, en cuánta gente despertará un TCA.

Algo que, en gran parte (no en toda) se podría evitar si para hacer deporte, fuéramos a un entrenador cualificado, para dormir bien, fuéramos al médico o a las unidades del sueño de los hospitales, y si necesitamos mejorar nuestra alimentación, fuéramos a un dietista-nutricionista. Hasta hoy nunca hubo la solución para todos los males, y aunque puedan ayudar, las app tampoco lo van a ser.