Aunque este verano haya sido atípico por la situación que estamos viviendo con la pandemia del coronavirus, parece que no ha conseguido cambiar algo que es típico de estas fechas: ponerse a dieta. Parece que a pesar de las restricciones y que muchos han visto como se les cancelaban los planes para el descanso estival de este año, el aumento de peso ha sido similar al de años anteriores.

Incluso mayor si tenemos en cuenta los kilos que venimos arrastrando desde el confinamiento, donde la actividad física ha sido menor, y donde las cervezas por videollamada, los aperitivos y la vena panadera y repostera han hecho de las suyas en la báscula.

Un caldo de cultivo perfecto para el resurgimiento de las promesas en forma de dieta. Ya sean tres kilos en dos semanas, limpiar el organismo o conseguir unos abdominales de infarto que, seamos sinceros, muchos de nosotros no hemos conocido y seguramente no conoceremos en nuestra vida a no se que de verdad empecemos a hacer uso de la cuota del gimnasio que religiosamente pagamos cada mes (porque aún mantenemos la esperanza de volver y, esta vez, tomárnoslo en serio).

La dieta del huevo

Algunas, como la dieta de la alcachofa o la de la cola de caballo, son viejas conocidas y resurgen de sus cenizas de vez en cuando. Bien por las redes sociales, bien por el famoso o influencer de turno, que se autodenomina experto en nutrición, recomienda y pone de moda.

Pero he de reconocer que la dieta del huevo me sorprendió. Cómo de un alimento que ha sido demonizado tiempo atrás, ahora son capaces de sacar una dieta basada en él prometiendo el milagro de los panes y los peces en forma de disminución del número de la báscula.

Esta dieta, a grandes rasgos, se fundamenta en basar nuestra alimentación en el huevo junto con frutas y verduras, y un aporte muy reducido de hidratos de carbono (menos del 30% de las calorías totales de la dieta en forma de cereales y derivados). Aunque a priori suena bien porque se basa en alimentos que se suele recomendar que aumentemos su consumo en personas sanas, sin el complemento de otros, no deja de crear una dieta totalmente desequilibrada.

La dieta es muy baja en aporte de hidratos de carbono y energía. Se calcula que aporta unas 900 kilocalorías, o, dicho de otra forma, dejamos de comer casi 1.000 kilocalorías de media. Una reducción demasiado drástica para nuestro cuerpo, y que puede conllevar una pérdida en exceso de líquidos y de masa muscular (de algún lado tendrá que salir lo que no comemos).

Sus defensores nos prometen una gran pérdida de peso en muy poco tiempo, algo que ya es un primer síntoma de que es una “dieta milagro” de la que tenemos que huir. Pero si buscamos cuáles son sus avales, resulta que se basa en un libro escrito en el 2018 por Arielle Chandler, donde, además de la bajada de peso, promete un mejor control del azúcar en sangre, una mejor visión, y un fortalecimiento de los huesos, la piel y las uñas. Solo le falta prometer un cambio de color del pelo y que todos seamos rubios con ojos azules.

Segundo síntoma de una dieta milagro: las afirmaciones, relatos, testimonios y que nos lo juren por Snoopy alguien “que sabe mucho” no es evidencia científica ni nunca lo será. De hecho, lo máximo que consiguen es confundir más a la gente que lo lee y a la que engañan con unos presuntos beneficios que no hay ningún estudio científico serio y bien hecho (subrayo serio y bien hecho) que lo soporte. Si prometen mucho, más bien fíate poco.

Las deficiencias de nutrientes son de esperar si solo comemos tres o cuatro grupos de alimentos, por lo que al esperable efecto yo-yó o rebote, habrá que sumar toda una serie de síntomas y problemas a corto, medio y largo plazo que vete tú a saber que desarreglo nos causan.

Además, queda un tercer síntoma que corrobora que es una dieta milagro: el “uno para todos”. Es decir, una misma fórmula de adelgazamiento para todo el mundo, a pesar de que cada uno somos de nuestro padre y nuestra madre y tenemos nuestras circunstancias. No es lo mismo el cuerpo de un hombre y una mujer, la actividad física que hace un adolescente que un señor mayor, o si nuestra ganancia de peso viene dada porque comemos mal, comemos mucho, o, simplemente, no nos movemos de la silla.

Las cinco peores dietas milagro

Esta dieta me recuerda a un estudio que se publicó en enero del año pasado por la Asociación Británica de Dietética donde señalaban a cinco dietas milagro como las peores de todo el año 2019 y que recomendaba evitar a toda costa por lo aberrantes y salvajes que eran. Aunque no eran las únicas, las señalaron por encima de todas las demás por su incoherencia, falta de rigor científico y su peligro para quienes las siguen.

1. La dieta del grupo sanguíneo

Una dieta creada por los médicos naturópatas (¿de verdad existe esa especialización en el MIR?) James y Peter J. D’Adamo basada en la creencia de que el grupo sanguíneo de una persona determina toda la vida: los alimentos que debe comer, la predisposición a sufrir unas enfermedades u otras, o, incluso, los ejercicios físicos que debe practicar. Un total disparate basado en una pseudociencia y que si las personas que la siguen adelgazan es, simplemente, por el hecho de que están comiendo menos por la restricción de alimentos que conlleva.

Según su teoría, si tu grupo sanguíneo es el A, debes seguir una dieta vegetariana y evitar los productos lácteos. En cambio, si tu grupo sanguíneo es el B, tu dieta debe ser variada, y si eres del grupo AB, debes combinar las dos dietas anteriores. No se, querido lector, si te ha quedado claro, pero a mi me confunde muchísimo esa explicación. ¿cómo se combina ser vegetariano y no tomar lácteos con una dieta variada?

La cosa no queda ahí. Si tu grupo sanguíneo es el 0, debes comer más proteínas, evitar los lácteos, el trigo, la cafeína y el alcohol. Vamos, que si eres 0 te ha tocado la peor parte, porque entiendo que a este grupo se le recomienda no tomar alcohol, a los demás si se les está permitido. ¿No?

Resumen: es una dieta cara, restrictiva, socialmente aislante y que no logra un equilibrio nutricional ya que elimina grupos de alimentos sin razón aparente. Además, cabe esperar que aparezcan efectos secundarios en alguna de sus variantes al dejar fuera alimentos que pueden ser muy interesantes en una buena alimentación.

2. Orinoterapia o la dieta de beber tu propia orina

Jesús bendito que guarrindongada. Los defensores de esta dieta alegan que la orina es una bebida (¿?) rica en nutrientes, depurativa, estimuladora del sistema inmunológico y capaz de aportar energía. Vamos, un suero de dioses que malgastamos todos los días en el W.C.

¿Evidencia científica al respecto? Ninguna. Que te lo quieras creer y tengas agallas para beber orina. De hecho, debemos pensar que los riñones hacen un gran trabajo para eliminar las toxinas del cuerpo (he dicho riñones, no batidos de color verde ni pastillas détox) y que, por eso, es un producto de deshecho del cuerpo y no un manjar nutricional.

Por este motivo no tiene sentido bebérselo e, incluso, podríamos estar en riesgo de infección si decidimos hacerlo. A pesar de que sus defensores opinan que su composición es similar al líquido amniótico.

3. Dietas Detox

Considerado como un método depurativo y que se basa en la ingesta de bebidas que hacen esta función con la finalidad de depurarnos y adelgazar. Se suele basar en preparados líquidos que se comercializan con estas promesas y que no fomentan un estilo de vida saludable.

Como en las dietas anteriores, sin ningún respaldo científico de rigor, ya que, a día de hoy no existen casi investigaciones que demuestren su eficacia, hayan evaluado los productos o, simplemente, la seguridad al seguir este tipo de dietas. Además, el término “détox” es puramente de marketing, ya que no hay ninguna dieta que elimine toxinas.

Eso sí: cuidado. Algunos de los productos que se venden pueden tener laxantes que, si los bebemos en exceso, pueden provocar diarreas, calambres estomacales y otra serie de síntomas digestivos. Además, a largo plazo, puede provocar problemas mucho más serios.

A la gente que no esté convencida de la poca necesidad de este tipo de dietas no está de más recordarles que los riñones y el hígado están ahí para eliminar toxinas, no nos hace falta gastarnos un dineral en botecitos de colores verdes para lograrlo. Ya lo hacen ellos y lo mejor de todo: gratis.

4. La dieta de los sobres de adelgazamiento

La cuarta dieta que señala esta Asociación se centra en las que se basan en sobres o preparados para adelgazar. Por centrarnos en uno de ellos, ya que en el mercado hay una gran variedad, y todos con la misma poca ciencia detrás, hablaré de uno que contiene glucomanano, un tipo de fibra alimentaria que, consumidor en los alimentos, provoca saciedad y que dicen quienes nos lo venden que se debe consumir tres veces al día antes de las comidas principales del día.

Sólo mirando su composición nos podemos dar cuenta que la cantidad de fibra que nos aporta es menor que la que nos daría una rebanada de un buen pan 100% integral, lo que ya económicamente no compensa. Por otro lado, el glucomanano tiene un efecto laxante, por lo que es de esperar que aparezcan diarreas, hinchazón y flatulencias. Además de ser potencialmente peligrosos para las personas que sufren de diabetes mellitus.

5. La dieta el agua alcalina

Por último, la quinta peor dieta de esta lista es la basada en el agua alcalina, un agua como la que sale del grifo pero que su pH es un poco menos ácido por la cantidad de compuestos alcalinos que contiene como el potasio, el magnesio o el calcio. Sus defensores alegan que este tipo de agua ayuda al cuerpo a metabolizar los nutrientes y a expulsar toxinas de una manera más eficiente que el agua normal (vuelta la burra al trigo con querer ayudar al cuerpo a “detoxificarse”). Otros dice que es un modo de reducir la acidez de la sangre (cosa que es imposible, ya que el cuerpo tiene un complejo sistema de reacciones químicas para que su pH no varíe nunca), y que esto hace que estemos mucho más sanos.

Como me enseñaron los grandes José Yélamo y Javier Fuente: bakalá. Ni un estudio que soporte la idea que alcalinizar la sangre sea mejor para la salud. De hecho, todo lo contrario, si fuéramos capaces de hacerlo, las consecuencias serían mucho más peligrosas.

El problema no es sólo la pérdida de tiempo, dinero y el impacto psicológico que tendremos cuando veamos que aparece el efecto yo-yó. Para mi el mayor de los problemas son las consecuencias a largo plazo, cuando se te haya olvidado de que estuviste un tiempo de tu vida haciendo locuras con tu alimentación y que, después de varios años, no hace falta muchos, empieces a pagar las consecuencias.

Cuando llegue ese momento, ¿a quién piensas pedirle responsabilidades? ¿A la famosa que te dijo que era maravilloso? Mejor prevenir que curar, y si necesitas perder grasa corporal, visita a un dietista-nutricionista.