Nissan: 3.000 empleos directos y unos 12.000 indirectos a la cola del paro. Catalunya entera a temblar. Alcoa, en Lugo: 534 despidos y primer aviso para cierre. Ford, Almussafes: 350 despidos y al loro que me llevo la fabricación de motores Ecoboost a América. La Naval: 200 currelas a la calle y cierre tras construir barcos en la margen izquierda del Nervión desde 1916. Schindler: fin a 70 años construyendo piezas de ascensor y 120 zaragozanos los lunes al sol. Santana Motor: fin de la fábrica y puntilla para Linares, una ciudad que ha perdido casi 4.000 habitantes en diez años y ha multiplicado su tasa de paro hasta la cifra récord del 24%. Sniace: superviviente de la dictadura, las crisis de los 70, 80 y 90, cierra después de haber llegado a tener 4.000 trabajadores. Deja a la comarca de Torrelavega agonizando. Airbus: 600 despidos después de haber repartido el mayor dividendo de su historia a los accionistas. Sevilla, Cadiz y Getafe entre las localidades afectadas. La lista de bajas es larga, y lo que es peor, las escasas altas no llegan a cubrir el chorreo de cierre de históricas factorías. Cuando una fábrica cierra, pongamos el ejemplo de Babcock Wilcox en mi tierra, se pierden empleos de calidad, convenios justos, trabajadores cualificados, comarcas prósperas y toda una red de empleos indirectos que viven de los muy dignos sueldos de la industria. La fábrica de bienes de equipo bizkaina cerró en 2011 tras un siglo de historia. Sus instalaciones han sido ocupadas por Amazon. Donde antes había 400 trabajadores (llegó a albergar 5.000) con un convenio del metal hay ahora 50 currelas en peores condiciones de sueldo, estabilidad, condiciones y trato. Hasta Tim Bray, histórico vicepresidente de la compañía, ha dimitido por la falta de consideración de la empresa hacia sus trabajadores.

La industria en España está abandonada a su suerte y el país abocado a prosperar únicamente con el turismo y la construcción como dudosos motores, lo que nos va a convertir en un sucedáneo de Florida europea. Un chiringuito de playa para que los europeos del norte se gasten su pasta. Una economía de monocultivo en torno a resorts, aquaparks, puertos deportivos y alicatar la costa desde Girona hasta Huelva para vender adosados a jubilados de Manchester, Eindhoven o Dusseldorf, esos jubiletas del norte con empleos en condiciones y altos salarios. En esa dirección llevamos décadas.

La industria lleva muchos años perdiendo peso en la economía española. En el año 1980 era del 26%, en el 2000 era el 18%, hoy es menos del 15%. Muy lejos de Europa donde representa el 20%. Además la industria española se concentra en pocas comunidades autónomas: Euskadi, Catalunya, Navarra, Aragón, Asturias y Madrid (esta última por ser la capital). Curiosamente, las más ricas y prósperas.

Las comunidades autónomas basadas en el turismo y la construcción crecen mucho cuando las cosas van bien y la familia Schmidt tiene pasta para pasar unas semanas al sol, pero si los vientos económicos cambian, caen con fuerza. Ahí tenemos el ejemplo de la crisis del Covid, que va a dejar el levante, sur y la España insular hecha unos zorros. En cambio, las regiones con mayor arraigo industrial no sufren tantos vaivenes. El norte industrial mantiene el paro embridado y goza de elevados niveles de renta. No ha apostado todo a la construcción y su vocación exportadora le asegura encarar el futuro con mayor garantía. La diferencia de renta entre Euskadi, Catalunya y Madrid frente al resto del país es cada vez mayor. Y la brecha se ensancha.

Promover la cultura industrial merece la pena y hace sociedades más prósperas y libres. Lamentablemente, España ha tomado el camino contrario.

Aunque cada vez será más difícil retener las fábricas frente a grandes corporaciones que buscan los sueldos bajos y los despidos gratis de las economías emergentes, se puede apostar por retener los centros de investigación, que suponen empleos de calidad y alta remuneración. Pero la inversión española en I+D+I está también muy lejos de Europa. Tanto la del sector público como el privado. La inversión española en investigación ronda el 1'2% frente al 2'7% de la Unión Europea. Y ese problema no parece ocupar ni cinco minutos en un Congreso de los Diputados, más ocupado en estériles broncas y postureos que en los endémicos problemas de nuestra economía. España no está ni se le espera en el grupo de 30 países más innovadores del mundo. Y la innovación es lo que diferencia a un líder de los demás. Aquí somos más del "que invente ellos" que decía con tanta sorna como razón Unamuno hace un siglo.

Las fábricas seguirán cerrando en España, y los empleos industriales de calidad y alta cualificación serán sustituidos por contratos de media jornada de junio a septiembre. Nuestras mejores cabezas seguirán emigrando a sociedades donde se mime el conocimiento. Seguiremos aplicando severas facturas eléctricas a las factorías y castigando el emprendimiento. Durante la pandemia de la Covid, la presidenta de Madrid ha confiado la recuperación en reflotar la construcción, que ya demostró bajo la presidencia de Aznar ser pan para hoy y miseria para mañana. Somos únicos repitiendo errores e insistiendo en fórmulas desfasadas. Otra burbuja para salir de la crisis, claro que sí.

La culpa es nuestra por pagar sueldos bajos a nuestros políticos. Eso aleja a los mejores.