Hay cuatro vacunas aprobadas en Europa en la actualidad. La Agencia Europea del Medicamento (EMA) ha dado luz verde a las vacunas de los laboratorios Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen tras haber superado las evaluaciones de eficacia y seguridad. Todas ellas han demostrado en los ensayos clínicos que tienen una eficacia superior al 60% frente a las variantes mayoritarias del SARS-CoV-2, lo que es un dato magnífico para cualquier vacuna. Reducen la patología grave, los ingresos en UCI y la mortalidad en la mayoría de los casos, que es lo importante. Además,los efectos secundarios son conocidos y asumibles. Los beneficios superan a los riesgos.

Todavía no está claro por qué la COVID-19 es más grave para unas personas que para otras. Hay factores como la edad, laobesidad o la diabetesque aumentan el riesgo, pero también hay personas jóvenes y sanas que no han superado la enfermedad o lo han hecho con importantes secuelas.

Hay bastante evidencia científica de que la patología grave es consecuencia, no tanto del efecto citopático del coronavirus, sino del "cortocircuito" en la respuesta del sistema inmunitario, que no sabe cómo enfrentarse al virus porque no tiene memoria ni capacidad para reconocerlo. Las vacunas funcionan enseñándole al sistema inmunitario qué es el virus, le ayudan a reconocerlo y así evitan el "cortocircuito". Es decir, las vacunas evitan que la COVID-19 se desarrolle como una enfermedad grave y la convierten en una suerte de catarro.

Cada una de las vacunas emplea una tecnología diferente. Las de Pfizer y Moderna son vacunas de tipo ARN encapsulado. Esto significa que llevan instrucciones a las células para que fabriquen entrenadores del sistema inmunitario específicamente instruidos para combatir al coronavirus. Emplean ARN porque es un idioma que entienden los bibliotecarios de las células (los ribosomas). El ARN viaja en nanocápsulas que saben llevar el ARN a las células.

Las vacunas de AstraZeneca y Janssen son vacunas de tipo vector viral no replicante. Las instrucciones para fabricar entrenadores están escritas en forma de ADN, que es otro idioma que las células entienden. La cápsula en la que viajan hasta las células es la de un virus que no tiene capacidad de replicarse en humanos, de ahí el nombre "vector viral no replicante", es decir, hace de chófer del ADN y nada más.

En menos de un año desde la declaración de la pandemia y del estado de alarma con el que empezó el gran confinamiento ya tenemos varias vacunas aprobadas y en distribución. Es uno de los mayores logros de la humanidad. Ha sido posible gracias a todo el conocimiento acumulado sobre virus similares y sobre tecnologías para obtener vacunas. Sin todo ese trabajo previo en ciencia básica, las vacunas habrían tardado mucho más.

Todo el proceso se ha agilizado sin que ello repercutiese en la calidad de los ensayos clínicos, que se han realizado con los estándares de siempre. Esto se ha conseguido gracias a que el lastre burocrático que tanto entorpece a la actividad científica se ha reducido al mínimo. Gran parte de las comunicaciones entre científicos se llevaron a cabo con más velocidad y transparencia que nunca. Las agencias reguladoras, en lugar de esperar a los resultados finales de las vacunas, participaron desde el principio en la evaluación continua de los ensayos clínicos. Ganar tiempo significa salvar muchas vidas. Por eso las vacunas que se desarrollaron de la mano de la EMA ya han recibido la aprobación. Sin embargo, las vacunas desarrolladas en otros países tardan más, puesto que requieren de una revisión de resultados ulterior y más trabajosa para evaluar si cumplen con los requisitos de eficacia y seguridad exigidos en Europa.

Los efectos secundarios de las vacunas se conocen entre las seis y ocho primeras semanas de los ensayos clínicos. No solo de las vacunas del coronavirus, sino de cualquiera. Es extremadamente raro que una vacuna produzca algún efecto secundario tiempo después, a medio o largo plazo, porque la actividad bioquímica que desencadena una vacuna es instantánea.

Cuando las vacunas aprobadas comienzan a administrarse a la población se hace un seguimiento de sus efectos denominado farmacovigilancia. Esto se hace para todos los fármacos, no solo para vacunas. En España está coordinado por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), que realizan una valoración permanente de los acontecimientos adversos notificados tras la vacunación. No es una herramienta que pueda utilizarse para calcular la frecuencia de aparición de reacciones adversas en las personas vacunadas, ya que no es una recogida sistemática de datos. Tampoco se trata de acontecimientos necesariamente relacionados con la vacunación. Tampoco sirve, por tanto, para realizar comparaciones sobre la seguridad de las distintas vacunas.

Esto es importante porque recientemente se han parado dos semanas las vacunaciones en algunos países tras la notificación de casi 30 casos de trombosentre los cinco millones de personas vacunadas con AstraZeneca en Europa. Para saber si esto es mucho hay que compararlo con las trombosis que ocurren normalmente: los episodios de enfermedad tromboembólica venosa afectan a 2 de cada 1.000 personas al año. Ya sólo por probabilidad a alguno le iba a tocar. No parece que los trombos hayan sido causados por la vacuna, pero por precaución va a evaluarse si puede establecerse una relación causal y, si la hubiera, hacer balance entre riesgos y beneficios para determinar si debe retomarse la vacunación.

La lectura de todo esto es que la farmacovigilancia funciona, pero es esencial tener presente que un acontecimiento adverso es cualquier problema de salud que ocurre después de la vacunación sin que necesariamente tenga que estar ocasionado por la vacuna, ya que puede tratarse de problemas médicos que coinciden en el tiempo. Las vacunas no evitan que siga habiendo problemas de salud en general. La gente seguirá sufriendo otras enfermedades y patologías que no tienen nada que ver con el coronavirus.

El seguimiento de la vacunación también permitirá saber si las vacunas evitan los contagios. Todavía no hay datos suficientes, lo que significa que no se ha descartado la posibilidad de que las personas vacunadas puedan ser portadoras del virus y transmitírselo a otras. Por precaución se aconseja que las personas vacunadas sigan las recomendaciones sanitarias (mascarilla, distancia, ventilación e higiene) para evitar su posible contribución a la expansión del virus.

La información que va llegando de países como Israel o Reino Unido, con un porcentaje significativo de personas vacunadas, indica que las vacunas están disminuyendo los contagios entre la población. Todavía no se sabe en qué magnitud, pero se especula que las personas vacunadas, aunque fuesen portadoras del virus, tienen una carga viral tan limitada que se reducen las probabilidades de transmisión. Por ese motivo algunas autoridades sanitarias como los CDC proponen relajar las medidas sanitarias entre personas ya vacunadas.

Aunque las vacunas no evitasen que el virus siga circulando, convierten la infección por coronavirus en una enfermedad leve semejante a un resfriado común. Esto es lo más importante de todo, que todas las vacunas reducen la gravedad de la COVID-19, evitando muertes y secuelas. Cuando se alcance la suficiente cobertura vacunal, el SARS-CoV-2 podría llegar a convertirse en un virus del resfriado más.

Es importante que la incidencia se mantenga muy baja durante la campaña de vacunación. Cuantos más contagios se producen, más oportunidades se le da al virus de mutar. De momento los mutantes del virus, las llamadas variantes, están respondiendo a las vacunas, pero podría surgir alguna nueva que fuese resistente. Hay que evitar que esto suceda. Para lograrlo son importantes dos cosas: una, ser muy estrictos con las medidas sanitarias durante el periodo de vacunación, y dos, administrar las vacunas aprobadas con celeridad, cuantas más mejor, sean del tipo que sean.

El criterio que se está siguiendo para administrar una u otra vacuna depende sobre todo de la disponibilidad y de la edad y patologías de cada persona. Una vez vacunadas las personas de mayor riesgo, la vacunación es un ejercicio de optimización. No hay vacunas buenas y malas, sino vacunas óptimas para cada caso. Todas ellas deben cumplir con los exigentes requisitos de eficacia y seguridad. Todas las vacunas son buenas.

Algunas personas dudan y quieren "la vacuna buena". No es de extrañar con la cantidad de desinformación que campa a sus anchas disfrazada de información, alguna envuelta en bata blanca. Ha sido así desde el principio. Tras el anuncio de una de las primeras vacunas, algunos no tardaron ni veinticuatro horas en sacar trapos sucios del laboratorio farmacéutico que la desarrolló. Lo han hecho con todos. Se han dedicado a alimentar a la bestia anticiencia, negacionista y antivacunas. Se han aprovechado de la ignorancia y de los prejuicios que hay sobre la industria farmacéutica para ganar notoriedad a costa de sesgos y miedos. Y sobre todo a costa de menospreciar el trabajo de los científicos. Si esto va de buenos y malos, yo tengo muy claro quienes son unos y otros.