Durante años, dos imágenes han servido para demonizar al plástico: una isla flotante en mitad del Pacífico hecha de basura, y una tortuga marina agonizando por culpa de unas anillas de plástico. Las dos han dado la vuelta al mundo, pero son tan potentes como engañosas.
La llamada "isla de plástico del Pacífico" no es una isla. Sin embargo, ha sido representada como una masa flotante de residuos de la que se ha dicho que es "más grande que Texas" y que "se ve desde el espacio". Las dos afirmaciones son rotundamente falsas. Tampoco se puede caminar, ni navegar sobre ella, ni tiene palmeras. Lo que sí sucede ahí es un complejo fenómeno hidrodinámico: hay una región del Pacífico Norte conocida como Great Pacific Garbage Patch donde se acumulan microplásticos y fragmentos dispersos de basura marina; esta concentración se produce por un giro oceánico situado en esa región que, esencialmente, funciona como un remolino invertido.
Según la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU.), esta acumulación no forma una masa sólida ni compacta, y muchos de los plásticos presentes son invisibles a simple vista por su tamaño microscópico, por lo que aseguran que es falso que esta acumulación sea visible desde el espacio. La mayoría de los residuos que se acumulan ahí son imperceptibles, y apenas el 1% son residuos de tamaño medio como juguetes o botellas. La NOAA describe la imagen como "unos granos de pimienta arremolinándose en una sopa". La extensión de la mancha varía en función de los vientos y las corrientes oceánicas, arrastrando los desechos en todas direcciones, por lo que también aseguran que es falso que su extensión sea el doble de la de Texas, ya que los límites son totalmente difusos.
Tampoco es cierto que los residuos acumulados en el Pacífico estén exclusivamente formados por plásticos, sino que hay materiales de todo tipo. El problema es que muchos plásticos flotan porque tienen una densidad menor que el agua, algo que no sucede con casi ningún otro material vertido al mar. Se estima que el 94% de los residuos están ocultos en el fondo marino. Corazón que no ve…
La imagen de una tortuga marina atrapada en unas anillas de plástico de un pack de latas ha sido una de las más reproducidas por campañas institucionales y medios de comunicación. Pero esa imagen tampoco es real, es una recreación utilizada con fines pedagógicos. De hecho, el caso que suele citarse como origen de la fotografía se trataba de una tortuga encontrada en un lago –ni siquiera es una tortuga marina, sino de agua dulce– que había crecido con una deformación en el caparazón. La tortuga vive actualmente en un centro de rescate de California. Los biólogos del centro aseguran que la deformación fue causada por un anillo de plástico que se le había quedado encajado siendo cría, pero confirman que es falso que el plástico le haya causado la muerte por asfixia o atrapamiento agudo, que es lo que se lleva publicando erróneamente desde 2017.
Por supuesto que existen riesgos ecológicos vinculados al abandono de residuos. Pero ese no es un problema exclusivo del plástico, ni se resuelve demonizando un material. Existen anillas biodegradables, fragmentables y nuevos diseños que prescinden de bandas de sujeción. Y sobre todo, existe la responsabilidad de gestión: si una anilla acaba en el mar, el problema no es el material, sino cómo ha llegado hasta allí.
Cada año acaban en el mar unos 12 millones de toneladas de residuos plásticos, de los cuales el 80% provienen de países asiáticos, principalmente China, Indonesia, Vietnam y Sri Lanka. El problema es que, mientras el resto del mundo se ocupa de gestionar adecuadamente sus residuos y de incorporarlos a la economía circular a través del la reutilización y el reciclaje, otros los vierten directamente al mar. Las corrientes oceánicas se encargan de esparcirlos por todo el planeta.
El problema de la contaminación marina hay que abordarlo con información verdadera, clara y proporcional. Bulos como el de la isla de plástico o la tortuga marina asfixiada por una anilla solo han servido para demonizar un material clave en la lucha contra el cambio climático. Estos bulos no solo alarman y desinforman a la población general, sino que tienen efectos económicos, sociales y medioambientales reales; afectan a industrias clave, condicionan políticas públicas, limitan el libre ejercicio de la ciencia y, lo más grave, distraen de los verdaderos retos medioambientales. Las soluciones requieren verdad, firmeza y cooperación, lo que se debería traducir en pactos internacionales que exijan políticas de gestión de residuos ecuánimes.