El gobierno de coalición de la Comunidad de Madrid no termina de empastar. Entre Díaz Ayuso y su vicepresidente, Ignacio Aguado, se aprecia poca sintonía personal frente a lo que se respira, por ejemplo, en el Ayuntamiento de la ciudad. No deja de ser sorprendente el fantasma de una moción de censura que sobrevuela continuamente el pacto, aunque después Ciudadanos lo niegue en público. Es como si alguien quisiera recordarle periódicamente a Ayuso que su destino está en manos de otros. Hasta ahora, habíamos visto roces más o menos lógicos, pequeñas peleas de patio de colegio por acaparar protagonismo. Así, Ciudadanos no defendió a la Presidenta en la polémica del piso para tiempos de pandemia. Incluso hubo quien sugirió que estaban detrás de la filtración. Y en el partido naranja tampoco quisieron renunciar a liderar el diálogo con la oposición para reconstruir Madrid, sabiendo perfectamente que poco podrían conseguir, más allá de alimentar la tesis de la mayoría alternativa necesaria para echar a Ayuso. Sin embargo, lo que ha pasado en esta última semana rebasa todos los límites hasta ahora conocidos.

Al hilo del documento oficial que instaba a las residencias de ancianos a priorizar los ingresos por coronavirus, un consejero de Ciudadanos ha acusado de delinquir a uno del PP. El de Políticas Sociales dice que el de Sanidad cometió con los abuelos "una discriminación de graves consecuencias legales". No me entra en la cabeza cómo se puede sostener un gobierno en estas condiciones, pero debe ser que sí, que sí se puede, porque ni el acusador ha dimitido para mostrar su disconformidad, ni Ayuso le ha cesado ante la gravedad de sus acusaciones. Será la justicia quien determine si hubo delito.

Sin embargo, políticamente no tiene un pase. Ni Ciudadanos debería seguir gobernando en compañía de presuntos delincuentes, ni Ayuso debería tolerar que se alimenten dentro de su propio gobierno graves teorías que ella misma niega. Hay quien considera que el socialista Ángel Gabilondo hace una oposición demasiado blanda, pero claro, todo parece poca cosa al lado de la oposición que se hacen unos y otros dentro del propio gobierno de la Comunidad. De hecho, comparado con esto, casi se podría afirmar que lo de Pablo Iglesias y Nadia Calviño apenas llega a la categoría de pellizco de monja.