Carles Puigdemont anunció de manera solemne que Pedro Sánchez iba a ser investido presidente y que su partido lo facilitaría. No lo dijo así, pero es lo que ocurrió ayer. Todos aquellos análisis que ven las posiciones en el rango maximalista es que no son capaces de ver el aterrizaje forzoso de Puigdemont pidiendo auxilio para volver a Cataluña y hacer política previa al 1 de octubre. El líder de Junts roga dejar atrás la ruptura unilateral más allá de una retórica que busca devolver a sus seguidores a una senda de normalidad política. Es imposible pasar de un día para otro de un discurso rupturista, frentista y bélico contra un estado represor y fascista a una negociación concreta y posibilista dentro de los marcos de la legalidad vigente sin una transición previa. Si no se toma distancia no se ve la tremenda recogida de cable de la derecha independentista catalana.

Puigdemont puso sobre la mesa condiciones que sabe que son posibles y que el PSOE tiene en su mano conceder, y que no solo son la propuesta de Junts, sino que también las de ERC y que SUMAR ha incluido y amortizado en sus propuestas para solucionar el conflicto entre el independentismo catalán y España. El simple hecho de pedir aquello que Puigdemont sabe que es posible es un indicador claro de que habrá un acuerdo y que la investidura de Pedro Sánchez se va a producir. La negociación habría terminado ayer mismo con el referéndum de autodeterminación porque el Gobierno no quiere, pero sobre todo, no puede conceder. Se dice poco que si el PSOE quisiera otorgar al independentismo esa dádiva no podría dársela porque haría falta una reforma de la Constitución que precisa de una mayoría agravada en el Congreso y por lo tanto el voto afirmativo del Partido Popular. Si Puigdemont quiere un referéndum tiene que hablar con Alberto Nuñez Feijóo.

El independentismo sabe que el referéndum de autodeterminación es puro procesismo, es decir, un objetivo inalcanzable que tiene que estar en el debate y en las negociaciones para que siempre se esté desarrollando pero nunca concluya. El procesismo es un horizonte de posibilidad utópico que sirva para dar sentido a su existencia como espacio político. La república ilusoria de Cataluña estaba construida bajo ese precepto, la construcción de una fantasía que estuviera siempre presente a través de la conversación perpetua pero sin hacerse concreta y física de ninguna manera. Esa es la aspiración máxima de Puigdemont en esta legislatura, ser un pantocrator independentista para poder volver a convertirse en Molt Honorable Presidente en 2025. Es decir, la vuelta al autonomismo y encerrarse otra vez en el redil de la burguesía catalana convergente.

Las peticiones de Carles Puigdemont no es que sean asumibles y sencillas de conceder asumiendo que se conceden tal y cómo el líder de Junts las ha planteado, algo que no ocurrirá, es que son una enmienda a la actuación del independentismo y el procesismo desde 2017. La derecha no es capaz de rebajar el tono que sí ha hecho Puigdemont y siempre verá todo como una traición a España y su disolución como nación, pero el fondo de la posición de Puigdemont es una rendición que los que no hiperventilan constantemente tienen que saber identificar. El líder de Junts, que consideraba España un enemigo a batir, el Estado opresor, y la causa de todos los males de Cataluña ayer se avino a negociar, pactar la gobernabilidad de España y asegurar que sus peticiones se ajustan a la Constitución Española y por lo tanto son posibles. La posición actual de negociación con el Gobierno es una enmienda a la totalidad de sus postulados. Se olvida, aunque no se debería, que en 2018 su espacio político estaba convencido de que la independencia se lograría y estaba dispuesta a emprender la vía eslovena y asumir muertos y una guerra en una confrontación total con España para alcanzar su objetivo. Ya no había vuelta atrás y habría que asumir un coste dramático. El nacionalismo más esencialista ha pasado de querer convertir Cataluña en Yugoslavia para convertirse en un estado independiente a pedir el perdón por sus delitos y ver si pueden gestionar Rodalies y comerse un arroz en las siete puertas.