Europa
Una cafetería para enamorarse, aún más, de Viena
En el palacio que alberga el Museo de Historia del Arte e integrada para poder visitar las salas entre café y café.
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No faltan razones para visitar Viena. La capital austriaca sigue siendo mágica y recorrer sus calles históricas, cuajadas de grandes palacios y museos, hace siglos que se ha convertido en un pasatiempo del que nadie quiere escapar. Tampoco su oferta gastronómica es baladí, y mucho menos si de lo que se trata es de hacer una parada dulce a la merienda o durante las primeras horas de la mañana. Pero hoy no toca hablar de su famosa tarta Sacher y el café que le dio nombre. Sin desmerecer a este clásico de la restauración europea, nuestros pasos se dirigen a la que es, sin duda, una de las cafeterías más bonitas del mundo, si no la que más. Se trata de la del Museo de Historia del Arte, en plena plaza de María Teresa y que se encuentra dentro de un palacio de la Ringstrasse, coronado con una cúpula octogonal que no permite que pase desapercibido, mucho menos por sus grandes dimensiones. Construido a finales del siglo XIX por orden del emperador Francisco José I, la cafetería del museo parece integrada dentro del mismo. Así, tomar un café allí es hacerlo rodeado del lujo más extremo: grandes paredes y columnas de mármol, ornamentación de estuco y pan de oro y un mosaico que forma unas grecas en blanco y negro a nuestro alrededor y en el suelo que permiten líneas de fuga y perspectivas mágicas. Abierta durante el horario del museo, el café cuenta además con la posibilidad de realizar una cena Gourmet los jueves, entre las 18.30 y las 22 h, previa reserva (cuesta 44 € por persona y las bebidas, al igual que la entrada al museo, se pagan aparte; eso sí, a partir de las 21 h solo aquellos que estén cenando podrán disfrutar de las salas en la más estricta intimidad). Y los domingos, nada como un buen brunch, de 11 a 14.30 h. También cuesta 44 €, con el mismo régimen de bebidas y entrada aparte, y todo bajo la gran cúpula del museo. La mesa, además, queda reservada y bloqueada para que se puedan hacer pequeñas incursiones por las salas entre un platillo y otro. Sin duda, mucho más que una parada para un café, y que es visita obligada si no solo queremos maravillarnos con las obras de arte del museo, sino también de una experiencia imponente. El espresso nunca más nos sabrá igual...
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