SEGÚN UN NUEVO ESTUDIO

La luz artificial nocturna aumenta el riesgo de enfermedades cardíacas

Es la conclusión de un estudio que ha realizado un seguimiento durante más de una década en cientos de voluntarios.

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Por la noche, las ciudades no duermen: brillan. Desde el espacio, la Tierra parece un bosque de luciérnagas centellantes, un espejo del cosmos. Pero la belleza, toda belleza, tiene un coste: nuestro corazón.

Un nuevo estudio presentado en las Sesiones Científicas 2025 de la Asociación Americana del Corazón (AHA) revela que la exposición a la luz artificial durante la noche está asociada con una mayor actividad cerebral relacionada con el estrés, inflamación de las arterias y un incremento del riesgo de enfermedades cardiovasculares.

"Sabemos que factores ambientales como la contaminación del aire y acústica pueden afectar al corazón al inducir estrés y daño vascular. Pero la contaminación lumínica es tan ubicua que tendemos a ignorarla. Este estudio muestra que podría ser igual de perjudicial", explica Shady Abohashem, autor principal y miembro del Hospital General de Massachusetts y del Harvard Medical School, en un comunicado.

Aunque la relación entre sueño y salud cardiovascular es conocida desde hace décadas, este trabajo aporta algo nuevo: una vía biológica demostrable entre la luz artificial nocturna y la inflamación arterial. El equipo de Abohashem analizó datos de 450 adultos de Boston, todos sin enfermedades cardíacas ni cáncer activo al inicio del estudio. Entre 2005 y 2008, los voluntarios se sometieron a un escáner combinado PET/TC (tomografía por emisión de positrones y tomografía computarizada), una técnica que permite observar simultáneamente la estructura anatómica y la actividad metabólica de los tejidos.

"La TC nos da una imagen detallada de la anatomía, mientras que la PET revela qué zonas están metabólicamente activas – añade Abohashem -. Así podemos medir en una sola exploración la actividad cerebral relacionada con el estrés y la inflamación arterial".

Los niveles de luz artificial a los que estaba expuesto cada participante se estimaron mediante el Atlas Mundial de Brillo Artificial del Cielo Nocturno, que utiliza datos de radiancia del satélite Suomi NPP (VIIRS). Esta información permitió calcular cuánta luz artificial (no la lunar ni proveniente de las estrellas) alcanzaba los hogares de cada persona.

Durante los diez años siguientes (hasta 2018), los investigadores hicieron un seguimiento médico de los participantes. En ese periodo, 79 de ellos (el 17%) desarrollaron enfermedades cardíacas graves, como infartos o accidentes cerebrovasculares.

El análisis estadístico mostró una relación casi lineal: a mayor exposición a la luz nocturna, mayor riesgo cardiovascular. Cada incremento de una desviación estándar en la exposición se asoció con un aumento del 35% en el riesgo de enfermedad cardíaca a cinco años y del 22% a diez años.

Este vínculo se mantuvo incluso después de ajustar por edad, nivel socioeconómico, contaminación acústica o factores de riesgo clásicos como el tabaquismo o la hipertensión. El efecto era especialmente pronunciado entre quienes vivían en zonas urbanas de alta densidad, donde el brillo nocturno y el ruido del tráfico se combinan para alterar los ritmos circadianos.

"Encontramos una relación casi directa: incluso aumentos modestos en la exposición a la luz artificial se asociaron con más estrés cerebral y vascular – confirma Abohashem -. Cuando el cerebro percibe estrés, activa señales que estimulan la respuesta inmunitaria e inflaman los vasos sanguíneos. Con el tiempo, esto puede endurecer las arterias y aumentar el riesgo de infarto o ictus".

El estudio muestra que la luz artificial nocturna puede desencadenar una hiperactivación del eje cerebro-corazón, un circuito biológico que conecta la amígdala (centro cerebral del miedo y el estrés) con el sistema cardiovascular. Esa sobreexcitación aumenta la liberación de hormonas del estrés, como el cortisol y la adrenalina, y activa una cascada inflamatoria en las arterias.

De hecho, en las imágenes PET/TC, los autores observaron una mayor actividad en regiones cerebrales asociadas con la vigilancia y la ansiedad entre quienes vivían en zonas más iluminadas. "Es como si el cerebro nunca se convenciera del todo de que es de noche - puntualiza Abohashem -. Y un cerebro que no descansa, tampoco deja descansar al corazón".

De este modo, el estudio subraya que la contaminación lumínica es un factor ambiental modificable y, por tanto, un posible objetivo de salud pública.

"Estos hallazgos son novedosos y se suman a la evidencia que sugiere que reducir la exposición a la luz artificial excesiva durante la noche debe considerarse una prioridad de salud", afirma en un comunicado Julio Fernández-Mendoza, miembro de la AHA y experto en sueño y cardiología.

Según Fernández-Mendoza, la luz artificial altera los ritmos circadianos y suprime la melatonina, la hormona que regula el sueño: "Sabemos que puede retrasar el inicio del sueño e incluso, en niveles bajos, se ha asociado con mayor riesgo cardiovascular. Este estudio añade una pieza clave: la respuesta del cerebro al estrés podría ser el puente entre la luz nocturna y el daño arterial", puntualiza este experto.

Los autores proponen medidas a varios niveles. Por ejemplo, en las ciudades: reducir la iluminación exterior innecesaria, instalar farolas direccionales o con sensores de movimiento, y preferir luces cálidas frente a las de espectro azul. Mientras que en el hogar es recomendable mantener los dormitorios oscuros, usar cortinas opacas y evitar pantallas y dispositivos antes de dormir.

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