NUEVA INVESTIGACIÓN
La ciencia responde: no hay relación entre la microbiota intestinal y el autismo
En todo caso, existe evidencia más sólida de un efecto causal inverso: tener autismo puede afectar la dieta de una persona, lo que a su vez puede afectar su microbioma.

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Dos de los mitos más conocidos relacionados con el autismo son las vacunas y la microbiota intestinal. Durante años se ha especulado con un vínculo en los dos casos. El primero ya ha sido descartado y ahora le toca al segundo. Pero vamos por partes…
Las cifras de la Organización Mundial de la Salud, señalan que cerca de un 1% de la población del planeta, unos 75 millones de personas, tienen trastorno del espectro autista o TEA. Es importante señalar que, cuando hablamos de un trastorno estamos refiriéndonos a una gran y diversa serie de síntomas y grados cuya causa es muy compleja. Sí se sabe que la genética juega un papel y cada vez se comprende mejor, pero queda mucho aún por conocer. Y la relación entre autismo y microbiota es uno de esos aspectos.
La hipótesis de que el TEA está causado, al menos parcialmente, por la microbiota intestinal se basa en el hecho de que muchas personas con autismo sufren síntomas gastrointestinales. Además, el reciente aumento en los diagnósticos de autismo ha llevado a algunos a creer que los cambios ambientales o conductuales están impulsando este incremento.
Pero este aumento, según los autores de un reciente estudio, publicado en Neuron, es un reflejo de una mayor concienciación y criterios diagnósticos más amplios, en lugar de un mecanismo biológico.
Los autores, liderados por Kevin Mitchel, neurobiólogo del Trinity College, también señalan que las conclusiones de análisis que vinculaban el autismo con la microbiota intestinal, incluidos estudios observacionales, modelos de ratón con autismo y ensayos clínicos en humanos, se basan en supuestos erróneos, muestras pequeñas y métodos estadísticos inapropiados.
Por ejemplo, en los estudios más citados a la hora de vincular TEA con microbiota, se compararon los microbiomas intestinales de personas con y sin autismo, pero se utilizaron tamaños de muestra que oscilaban entre 7 y 43 individuos por grupo, mientras que las recomendaciones estadísticas sugieren que las cifras deben ser de miles para mostrar fiabilidad.
Estos estudios, señala el equipo de Mitchell, también utilizaron métodos diversos para caracterizar la composición del microbioma, lo que dificulta la comparación de sus resultados. Y aunque algunos encontraron diferencias entre los microbiomas de personas con autismo y controles, estas diferencias a menudo eran contradictorias; por ejemplo, algunos estudios hallaron una menor diversidad microbiana en el intestino de personas con autismo, mientras que otros hallaron lo contrario. Estas diferencias también desaparecieron cuando los estudios tuvieron en cuenta otras variables, como la dieta, o cuando compararon los microbiomas de niños con autismo con los de sus hermanos neurotípicos.
"A pesar de lo que hayas oído, leído o visto en Netflix, no hay evidencia de que la microbiota contribuya causalmente al autismo - afirma Mitchell -. No creo que esté justificado dedicar más tiempo y recursos a este tema. Sabemos que el autismo es una condición con un fuerte componente genético y aún queda mucho por investigar".
Sin embargo, el estudio sí ha explorado la hipótesis del microbioma y el autismo comparando los microbiomas intestinales de personas con y sin autismo, estudiando modelos de ratón con autismo y realizando ensayos clínicos con personas con autismo. Las conclusiones muestran que los resultados son deficientes y poco convincentes.
"Existe variabilidad en las tres áreas, y los estudios simplemente no conforman una narrativa coherente - añade Dorothy Bishop, coautora del estudio -. El autismo no es raro, así que no hay razón para realizar estudios con solo 20, 30 o 40 participantes. En todo caso, existe evidencia más sólida de un efecto causal inverso, en el sentido de que tener autismo puede afectar la dieta de una persona, lo que a su vez puede afectar su microbioma".
Varios ensayos clínicos en humanos han puesto a prueba la hipótesis de la microbiota y el autismo mediante trasplantes fecales o la administración de terapias probióticas a personas con autismo, para luego monitorear los cambios en sus características. Nuevamente, los investigadores señalan que la mayoría de estos estudios utilizaron tamaños de muestra insuficientes y métodos estadísticos inapropiados que debilitan sus hallazgos, y muchos no contaron con un grupo de control ni utilizaron métodos aleatorios.
"El consenso entre los estudios que analizamos es que, cuando los ensayos se realizan correctamente, no se observa nada – concluye Bishop -. Si aceptan nuestro mensaje, hay dos caminos. Uno es simplemente dejar de investigar en esta área, algo que nos complacería mucho, pero dado que, en realidad, no se va a abandonar la investigación, al menos es necesario comenzar a realizar estos estudios de una manera mucho más rigurosa".
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