José Moreno Alegre, sargento de la Guardia Civil que trabajó en el caso Alcàsser, recuerda casi cada paso que dio en el piso en el que vivía la familia de Antonio Anglés, el asesino prófugo de las niñas.

Tras 45 minutos esperando en la puerta a que les abriesen, sabiendo que había gente dentro de la casa pero sin recibir respuesta, el registro comenzó por la cocina y siguió por los dormitorios en busca de "vestigios, elementos que puedan constituir una prueba y que estén dentro del domicilio". Por ejemplo, "restos que se hayan llevado de las víctimas".

Pese a que fue un registro "normalito", terminó alterándose: primero con la llegada de Miguel Ricart, al que presentan como "uno más de la familia"; después con una extraña llamada en la que un hombre pedía a Miguel que acudiese a un lugar con dos sacos de dormir, cereales y leche.

"El problema es desde dónde se hace la llamada y quién la hace. Es como ocultando datos", recuerda el agente. Por último, un chico joven escondido entre mantas en la cama que había en el salón familiar. Todo ello levantó "muchas dudas" entre los agentes de la Guardia Civil.