Los pintorescos campos de lavanda y los pueblos idílicos de la Provenza francesa se han convertido en escenario de una batalla cultural entre urbanitas y los habitantes locales. Mientras que algunos buscan la tranquilidad y belleza de la vida rural, otros se enfrentan a la realidad del trabajo agrícola y los sonidos naturales que este conlleva.

La disputa ha llegado incluso a la Asamblea francesa, donde se debate una nueva legislación para abordar el conflicto. Los recién llegados de las ciudades han presentado numerosas quejas por los ruidos de animales, como el canto del gallo Maurice, que estuvo a punto de ser sacrificado al ser denunciado por su canto, y el graznido de los patos de Madame Douthe, también denunciados por unas personas de ciudad. Incluso se han denunciado las melodías de las cigarras, pidiendo medidas extremas como la fumigación de los campos. Según una asociación de agricultores, hay cerca de 490 denuncias en estos momentos.

Sin embargo, detrás de esta aparente lucha por la tranquilidad, se esconde un juego político. La ley propuesta no solo busca proteger a los residentes del campo, sino también fortalecer la imagen del presidente Emmanuel Macron como defensor de la tradición rural francesa.

Esta medida, que inicialmente parece centrada en el campo, podría tener repercusiones en todo el país, afectando a cualquier persona que se mude a un área con actividades que considere molestas, la ley dice que "sea anterior a la instalación de la persona que se queja del trastorno anormal", como por ejemplo el olor de un restaurante o el ruido de una discoteca.