En un intento por resolver la crónica crisis agraria de España, el régimen de Franco se embarcó en una aventura de creación masiva. Con la promesa de una reforma al estilo franquista, surgieron 300 "pueblos de nueva colonización". Estas poblaciones, más que meras agrupaciones de casas, eran el escenario de una utopía agraria, diseñadas para redistribuir la tierra y mejorar la vida en el campo. Sin embargo, la realidad distó mucho del ideal proyectado.

Los habitantes de estos pueblos, desplazados de sus hogares ancestrales, se encontraron en medio de un experimento social y agrícola de magnitud sin precedentes. Luchando contra una tierra que no conocían y sujetos a las estrictas reglas del Estado, su existencia se convirtió en un testimonio de la lucha y la adaptación. Dependientes del agua de embalses controlados caprichosamente por intereses hidroeléctricos, y obligados a vender su producción al Estado, la promesa de una vida mejor se desvanecía ante la dura realidad.

A contracorriente de la estética predominante en la España de Franco, la arquitectura de estos pueblos ofrecía un contraste refrescante. Lejos del pastiche arquitectónico de la época, estos pueblos presentaban un diseño innovador que buscaba armonizar con la ambiciosa visión de progreso del régimen. Hoy, esta singularidad arquitectónica permanece como uno de los legados más tangibles y estudiados de la iniciativa, un recordatorio físico de un sueño utópico fallido.