El Jefe Infiltrado recuerda el programa en el que Carlos Garrido se infiltraba en la empresa de taxis Grupo Garrido para conocer desde dentro el trabajo de sus trabajadores y el funcionamiento del negocio. Para que los empleados no sospecharan de su infiltración, el empresario se sometía a un cambio radical y se convertía en Ricardo Tarrés, un hombre solitario, sin empleo y apasionado del rock. Carlos Garrido se hacía pasar por un participante de un concurso televisivo llamado 'La carrera', que necesitaba darle un giro a su vida ganando una licencia de taxis.

En su primer día como 'El jefe Infiltrado', Carlos Garrido acompañaba a Rafael, un taxista que dejaba mucho que desear y cometía varias infracciones durante su turno de noche: contestar al móvil mientras conducía y dejar fumar y beber a unos chavales durante el trayecto, una situación que no parecía gustarle al empresario: "Imagínate que se les cae la copa, ya tenemos la noche apañada". El director reconocía rápidamente la pésima actitud del taxista, algo que no parecía hacerle mucha gracia: "Rafael se queja de todo, hasta de que le pagan con 50 euros".

En su segundo día, Carlos Garrido conocía a Elisabeth, una taxista muy implicada y profesional con su trabajo, tanto que animaba al empresario a que se atreviese a conducir el taxi. Durante el trayecto, Carlos Garrido se encontraba con una situación muy embarazosa: una mujer estaba a punto de dar a luz y les tocaba trasladarla al hospital. La taxista no dudó ni un segundo en pasarse a los asientos traseros para tranquilizar y acompañar a la embarazada durante el camino al hospital. Una actuación que impresionó mucho al empresario y le confirmó la buena imagen que le causó la empleada en un principio: "En está última carrera con la embarazada se ha coronado pero al máximo".

Al finalizar la infiltración, Carlos Garrido se reunía con los trabajadores en la sede central de su empresa para desvelarles su verdadera identidad, momento en el que se encontraba con Rafael, un empleado que no estaba contento con nada. El director general puntualizaba que el empleado tenía falta de positividad: "Hay que reconocer que lo más alegre que tienes es el tono del teléfono". También le recriminaba su falta de profesionalidad: "¿Te parece normal ir detrás de un tío al cajero y dejar tirado tu taxi ahí en medio?". A pesar de sus errores, el jefe decidía darle otra oportunidad: "Voy a motivarte para poder hacerte el mejor" y le colocaba en el turno de día, algo por lo que el trabajador se emocionaba profundamente.