"Sigue gritando, que te va a salir el niño por la boca". Toñi no olvida esas palabras de 'apoyo' que le dedicó una monja en la antigua maternidad de O'Donell de Madrid, durante el parto de su primer hijo. Llevaba horas de dolores en soledad y tenía los brazos atados a la cama. Al fin, un médico llegó y sacó a su bebé con ventosa. Ella ni lo recuerda: le puso una máscara con un gas que la dejó semidrogada, lo que al menos permitió aliviar su dolor, relajar el cuerpo y dejar que el niño saliera.
Se mire por donde se mire, la escena expele violencia. Han pasado 47 años de aquello y Toñi, que cuenta esta historia a menudo, lo sigue recordando con mucha amargura, pero convencida de que eran cosas "de antes". Sin embargo, muchas madres recientes se habrán visto reconocidas en el trato descrito: actitud paternalista, falta de respeto, vulneración de sus derecho y prácticas innecesarias. Basta sacar el tema a nuestro alrededor para obtener numerosos casos.
No sabemos cómo de común era entonces porque el relato de los partos siempre ha permanecido en la esfera privada. Hoy ese tabú se va difuminando poco a poco y el debate se ha hecho público. Cada vez más profesionales admiten la existencia de la llamada 'violencia obstétrica' a pesar de que la Organización Médica Colegial consideró este término como "ofensivo" para los profesionales en un comunicado reciente.
La violencia obstétrica hace referencia a prácticas realizadas por profesionales de la salud inapropiadas, innecesarias, realizadas sin el consentimiento de la mujer o sin informarla en el proceso de su embarazo, parto o aborto. También tiene una parte muy subjetiva, como cualquier violencia, y tiene que ver con un trato paternalista y una infantilización de la mujer que hacen que esta se sienta violentada.
Muchas de ellas ni fueron conscientes en el momento del parto, o no lo son todavía porque el desconocimiento médico hace pensar que tiene que ser así.
La episotomía, ese cortecito cada vez menos utilizado
La episotomía es un corte que se realiza para facilitar la salida del bebé con el objetivo de evitar un desgarro mayor o descontrolado. Muchas mujeres todavía llegan al momento de su parto pensando que lo normal es que sea necesario hacerlo. Esto es porque durante años se ha hecho de forma rutinaria, cuando su utilidad, según las indicaciones sanitarias actuales (el propio informe de Sanidad así lo indica), está cuestionada. Al contrario, suele generar complicaciones a corto y largo plazo.
En 2010 se practicaba en el 40% de los partos. Su uso ha descendido desde entonces.
Hoy todavía hay matronas que admiten que se realizan más de las necesarias. La Organización Médica Colegial defendía en su comunicado que "la modulación de prácticas innecesarias se ha ido produciendo de acuerdo con la evidencia científica". Así lo reflejan los datos, aunque esa modulación parece ir despacio, pues todavía hay un 28% de los partos vaginales que terminan con un corte artificial. Casi todas las mujeres que han dado su testimonio para este reportaje lo han recibido.
Cada vez son más profesionales los que admiten la violencia obstétrica como una forma más de violencia machista, aunque el término sigue levantando ampollas en la profesión. De hecho, para este 25N, Día Internacional de la Eliminación de laViolencia contra la Mujer, el lema del Observatorio de la Violencia Obstétrica (OVO) que acompaña a diferentes actos y charlas es 'La violencia obstétrica sí existe'.
Esta organización sin ánimo de lucro compuesta por profesionales de distintos ámbitos (matronas, psicólogas, abogadas, investigadoras...) trabaja desde 2019 en el apoyo a mujeres que han sufrido violencia obstétrica y por la mejora de la calidad de la asistencia en el ámbito materno-infantil, así como en los abortos: "La violencia de género tiene muchos grados de severidad y por supuesto que [la obstétrica] tiene que ver con la violencia de género, es algo que pasa con las mujeres", explica Cristina Medina, psicóloga perinatal y miembro de OVO. Según apunta esta psicóloga, no se trata de una violencia de persona a persona, sino que es algo institucional enmarcado en el "sistema patriarcal" y en las relaciones de poder con respecto a las mujeres. Tiene que ver, dice con "infantilizar y ningunear a las mujeres".
La Asociación Española de Matronas sí reconoce el término de violencia obstétrica como un "tipo violencia de género", ya que estas actuaciones "derivan de una atención paternalista y la aplicación de una visión androcentrista a los procesos reproductivos de las mujeres".
Existen escasos datos o estudios que recojan de forma representativa cuánto se extiende esta violencia. Es difícil establecer una estadística, puesto que en la mayor parte de los casos se trata de una percepción subjetiva, tanto de la mujer como de los profesionales que la atendieron. Y a ninguna mujer se le hace una encuesta de satisfacción nada más parir.
Una encuesta realizada en 2018 por matronas a más de 17.000 mujeres obtuvo que el 60% considera no se apoyan eficazmente o promueven lo suficiente sus derechos en embarazo, parto o puerperio y lactancia, y un 40% apuntó que la atención recibida la hizo sentir insegura, vulnerable o culpable. Además, más un tercio registró que no se les pidió consentimiento informado antes de cada técnica, que sufrieron críticas a su comportamiento o descalificaciones.
La misma encuesta recoge las técnicas recibidas más frecuentes y que las mujeres consideraron como innecesarias fueron el uso de oxitocina artificial (64%), no aportar información sobre el proceso (55%), impedir moverse libremente (52%), recibir una episiotomía (52%) o ser separadas de su bebé sano (49%). Los colegios médicos afirmaron que las acciones realizadas en los partos están "basadas en el principio de beneficencia, que buscarían lo mejor para la mujer", pero con la evidencia científica actual sabemos, por ejemplo, que el libre movimiento beneficia al buen desarrollo del parto y que separar al bebé de la madre perjudica a este y a una correcta instauración de la lactancia.
Fórceps y otros instrumentos
El parto de Saray, que pide que le cambiemos el nombre, no evolucionaba, lo que le permitió ver pasar dos turnos de profesionales del hospital Puerta de Hierro de Majadahonda. Recuerda que insistían en que permaneciera tumbada, pero no reporta queja sobre el trato recibido. Fue la llegada de una matrona (tercer turno) la que le hace recordar el parto como una experiencia traumática: "Me hacía comentarios como que éramos unas listillas pero no sabíamos cómo se respiraba, me hizo sentir insegura, no podía empujar y al final fórceps y dos desgarros". La niña nació perfecta, pero tras una hora y media cosiendo preguntó los puntos que había recibido y la respuesta que obtuvo la terminó por derrumbar: 'Tantos como para ganar una vajilla'.
Cuando pregunté cuántos puntos me habían dado, la respuesta fue: 'Tantos como para ganar una vajilla'.
Han pasado casi cuatro años desde entonces y las secuelas físicas y psicológicas persisten: "Yo tenía pensado tener más de un hijo y esto me ha condicionado. Simplemente verme desnuda ya me cuesta". Varios profesionales que la han visto después aseguran no haber visto un 'destrozo' igual. Sus tejidos internos quedaron tan deteriorados que necesitará operación y ahora está acudiendo a fisioterapia especializada. No ha sido hasta hace poco cuando ha podido afrontar la situación e iniciar un tratamiento. De todas formas, lo que más le ha traumatizado de aquella experiencia fue el trato recibido: no sentirse escuchada, no atender sus necesidades en un momento tan delicado.
En el lenguaje de las maternidades se repite mucho la idea de que no hay dos partos iguales y de que depende de quién te toque. Es muy difícil saber qué hubiera pasado en otra situación. Pero lo que sí consideran las profesionales es que el entorno es muy importante para que la evolución de un nacimiento vaya mejor: "No se trata de buscar culpables, sino de prevenir, hacer formación, formar a las personas en cómo tiene que ser el trato a las mujeres", explica Lola Ruiz, matrona, profesora universitaria y miembro del Observatorio de Violencia Obstétrica.
El exceso de instrumentalización del parto es otro de los signos de la violencia obstétrica. Quienes defienden un trato más humanizado en el parto aseguran que detrás de muchos partos instrumentales está la influencia de ese ambiente frío, de falta de intimidad, de seguridad y de confianza que recibe la mujer.
"No se trata de buscar culpables, sino de formar a las personas en cómo tiene que ser el trato a las mujeres"
Un indicador del exceso en el uso del fórceps es el descenso de su utilización en los últimos años en beneficio de la ventosa, otro método algo menos dañino. Como indica el Ministerio de Sanidad en su informe 'Atención perinatal en España', de 2018, la realización de un parto instrumental (fórceps, ventosa o espátula) "se debe restringir a las indicaciones estrictamente necesarias", ya que su uso aumenta la posibilidad de lesiones del periné y de desgarros. Y también influye en el bebé, ya que el fórceps, indica el informe, aumenta la situación de separación de la madre y el recién nacido, y eso repercute después en la instauración de la lactancia y en la relación madre-hijo. En España, el 17,5% de los partos son instrumentales, un porcentaje que no ha variado apenas en los últimos años,
Kristeller, una maniobra desaconsejada
Lo de esta técnica sí que es flagrante porque está siempre desaconsejada. Así lo indica la guía de Práctica Clínica sobre la Atención al Parto Normal del Ministerio de Sanidad, publicada en 2010. Se trata de una maniobra en los partos vaginales en la que se presiona con los puños o el antebrazo sobre la tripa para empujar al feto en dirección al canal de parto. No es difícil encontrar casos bien recientes en los que una madre cuenta cuando alguien "se subió encima de mi tripa, y apretó...".
"Me sentí vacía, ultrajada y maltratada. Sentía que me reventaban y solo pensaba en salir viva de aquello. Hasta que no perdí el conocimiento no me hicieron caso, pero la peor parte se la llevó mi bebé.
A Elena, que dio a luz en la Clínica Ruber Internacional de Madrid en 2017, esta maniobra le causó un daño físico a ella pero sobre todo a su hijo, que tiene una discapacidad. Tiene interpuesta una demanda judicial por mala praxis, aun a la espera de juicio.
"En mi caso lo hicieron dos y recuerdo muchísimo dolor, te sientes desamparada. Tanto mi pareja como las matronas que estaban no dijeron nada de que no se hiciera eso". Para Ana (Hospital La Paz, 2019), lo que más le cabrea de esa experiencia es que llevaba un plan de parto (documento en el que se expresan las preferencias de la madre) en el que había anotado que no quería que se hiciera esa práctica, pero que olvidó sacar debido a la celeridad del momento.
Otras mujeres se encuentran experiencias similares cuando están en un momento emocionalmente vulnerable, como en los tratamientos de fertilidad o en los abortos.
Después de una primera pérdida, Almudena llegó a la ecografía de la semana 12 de su segundo embarazo para encajar otra mala noticia: una malformación fetal. "Hicieron comentarios sobre mi edad, culpabilizándola de la malformación". Seguía su gestación en la Fundación Jiménez Díaz, donde quisieron enviarla a una clínica privada para la interrupción del embarazo. Se negó: "Después de mis ataques de ansiedad por no ir a la clínica me lo realizan en el hospital. Cero tacto en las formas. Me metieron los dedos miles de veces hasta que por fin las pastillas [abortivas] hicieron su efecto".
También lo sufrió Tulia, cuya historia es especialmente dolorosa: en 2010 perdió a dos mellizos a los que tuvo que dar a luz en la semana 20 mediante un parto vaginal y mientras sufría una infección que casi se la lleva a ella también. Con 40 de fiebre tuvo que escuchar que "no estás a lo que tienes que estar". Pero eso no es lo que más dolor le produce, sino, entre otras cosas, que todo el tiempo que estuvo hospitalizada estuvo compartiendo espacio con madres que "recibían felizmente a sus bebés". Para ella, los profesionales y la infraestructura del hospital empeoraron una vivencia de por sí delicada y que, reconoce, sigue doliendo profundamente once años después.
Trauma para años
Las consecuencias de una experiencia así no solo son físicas, sino que también afectan a la salud mental, como apuntan las psicólogas especializadas: "De un parto traumático te encuentras con depresiones posparto muy complicadas, pesadillas, visiones recurrentes o ataques de ansiedad", explica Eva Gutiérrez.
Pero también estrés postraumático, culpa, vergüenza, depresión, aislamiento con otras madres, problemas de pareja e incluso en la relación con su bebé. De todos ellos hay ejemplos en la decena de casos escuchados para este reportaje. Todas ellas, hay que decir, no solo cuentan lo malo: también explican todo lo que fue bien y todas las personas que les dieron un trato respetuoso y adecuado.
Te encuentras con depresiones posparto muy complicadas, pesadillas, visiones recurrentes o ataques de ansiedad
Incluso, apunta la psicóloga perinatal, hay mujeres que fueron víctimas de abuso sexual en el pasado y a las que se les reactiva ese trauma cuando sufren una situación de violencia obstétrica: "Muchas veces no saben definir lo que les ha pasado. A veces vienen después de años con secuelas físicas y psicológicas que les ha cambiado su vida y no definen los que ha pasado como violencia", explica.
Para Gutiérrez, habría que invertir en actualizar a los profesionales que trabajan en obstetricia y revisar todos los protocolos que se están utilizando.
No solo afecta a las pacientes
En algunos casos, la propia violencia obstétrica tiene consecuencias en las propias profesionales de la salud, sobre todo enfermeras matronas, que se sienten indefensas y no escuchadas ante decisiones de superiores, normalmente ginecólogos o ginecólogas. De hecho, Lola Ruiz, ahora doctora y profesora en la Universidad de Alcalá, no soportó esa situación y decidió abandonar la profesión de matrona.
La Asociación de Española de Matronas, en su comunicado, afirmó que también las matronas son víctimas de esta violencia. Hay estudios que han identificado también el impacto emocional que reciben las matronas como acompañantes de la mujer en los partos y el grado de implicación y empatía que conllevan en muchos casos.
Aunque el debate sobre la violencia obstétrica está presente desde hace tiempo, el encontronazo fuerte en el sector sanitario sobre el término se produjo ante el anuncio del Ministerio de Igualdad de incluirlo en la reforma de la ley del aborto que han puesto en marcha. En septiembre, la ministra Irene Montero y la directora del Instituto de las Mujeres, Toni Morillas, se reunieron con expertas en violencia obstétrica y mujeres que la han sufrido.
En los últimos años se ha producido un gran cambio, sobre todo en la formación de las profesionales, y la tendencia es que han aumentado los hospitales con unidades que proponen un parto más humanizado. Por eso cuesta creer ese negacionismo por parte de un sector sanitario de una realidad que está más extendida de lo que vemos, como asegura Medina, también profesora en la UNIR: "Lo que vemos es la punta del iceberg".