Las viñetas empiezan con un simple trazo para luego añadir el toque de sátira, pero esto puede acabar en polémica. El ejemplo es la ilustración del New York Times en la que un perro lazarillo con la cara de Benjamin Netanyahu y la estrella de David al cuello guía a un Donald Trump ciego con bastón y kipá. Esta imagen ha sido tachada de antisemita y sigue provocando el rechazo de muchos profesionales del sector.

"Lo que se está criticando ese 'cartoon' es su actitud política, no su fe ni sus creencias. Por tanto, son asumibles a la crítica y a la sátira", explica Julio Rey, director del Instituto Quevedo de las Artes del Humor. A su vez, Edu Galán de la revista Mongolia enfatiza: "Convertir una crítica política lícita en algo antisemita es un truco muy falso".

Insisten: es sátira política, no religiosa. El caso ni siquiera a llegado a los tribunales, pero el periódico no publicará más viñetas en su edición internacional y ya ha despedido a dos trabajadores.

"La libertad de prensa ha cambiado a libertad de empresa, que a lo que te debes es a que no te quiten el dinero porque no puedes existir sin ese dinero" dice Darío Adanti, historietista e ilustrador de la revista Mongolia.

Los dibujantes son conscientes de su responsabilidad: "Estamos publicando en la página donde van los editoriales, justo debajo", dice Rey, que añade que "eso no implica que me autocensure, porque no lo hago, pero sí es cierto que tengo que ser responsable".

Todo se mira con lupa. Como las portadas de Charlie Hebdo con la caricatura de Mahoma, a las que acusaron de ofender al Islam. O las de El Jueves, con la corona como protagonista antes de ser censuradas. "Si desaparece la crítica, volvemos a la caza de brujas", critica Julio Rey.

Corren malos tiempos para el humor, escriben. Tiempos en los que esperan que sus lápices no se queden en el tintero y su oficio en un simple esbozo.