A esta joven le vendieron "la salvación" cuando su comunidad la estigmatizó por ser violada reiteradamente desde los 13 años. "En dos años habrás solucionado tu vida y podrás dejarlo", estas fueron las palabras que la convencieron con 17 de que su mejor y única opción era prostituirse.
Amelia no tenía miedo cuando aterrizó en España, se sentía protegida por los proxenetas a los que veía como "sus salvadores".
Fue al cruzar la puerta del prostíbulo cuando se activó su primera alarma: todas las mujeres con las que iba a convivir eran de Galati, su ciudad natal. "Aquellos hombres nutrían el prostíbulo con mercancía de nuestra ciudad", lamenta en una entrevista con Europa Press.
Su día a día estaba controlado por los proxenetas. Dormía "hacinada" en habitaciones con otras mujeres y se quedaba con el 50% de las ganancias, que empleaba para pagar la habitación, la comida, los cosméticos y la ropa a precios "inflados" dentro del mismo prostíbulo.
Lo peor para ella era que "la penetración se había convertido en un arma de tortura". Los proxenetas hicieron que dependiera de la cocaína y el alcohol, las televisiones del local emitían porno las 24 horas del día y debía estar "siempre disponible" para satisfacer el deseo de los clientes.
"Llegamos incluso a no saber quiénes somos y a perder la identidad porque nos convertimos en mujeres usables, reutilizables, desechables", explica Amelia, que asegura que "ser penetrada por boca, vagina y ano diariamente termina deshumanizándote".
Esto hizo que los proxenetas se convirtieran en sus protectores y el prostíbulo en su hogar, un lugar del que apenas salía porque sus captores la convencieron de que fuera de allí nadie la ayudaría y la Policía la deportaría.
"Hay un abismo inmenso entre la prostitución y la sociedad. Son dos mundos paralelos, en los que solo el hombre entra y sale", asegura.
Pasó por 40 prostíbulos hasta que un día se sintió incapaz de continuar con esa "tortura" y, sencillamente, se fue. No intentaron retenerla porque mientras salía por la puerta "sumida en el silencio más absoluto" otras tres chicas de 18 años esperaban entrar y "solucionar su vida en dos años".
Cuando cerró la puerta de aquel local y se enfrentó a su nueva vida en un país que en cinco años apenas había conocido, se sintió muy incomprendida.
"Me encontré con una sociedad que no estaba preparada para recibirme. Por un lado, había gente que me veía sucia y, por otro, personas que me decían que no pasaba nada, que yo lo había elegido y que era poderosa por hacerlo".
En ambos casos la responsabilizaban de su situación y ella sentía que no había tomado ninguna decisión.
Amelia habla acaloradamente mientras toca un anillo que cubre por completo la primera falange del dedo anular de su mano derecha. "¿Te gusta? A mí no, lo llevo por si tengo que defenderme", explica mientras sonríe.
Decidió mostrar su rostro para denunciar públicamente la situación de las mujeres y niñas víctimas de trata y prostitución. No sabía qué repercusiones tendría esto, pero se veía "incapaz" de vivir sabiendo lo que ocurre y no hacer algo al respecto.
Conoció el feminismo y con él, sus derechos. Fue entonces cuando comprendió que desde los 13 años había sido víctima de violencia sexual en Rumanía y también durante los años como prostituta en España: "En ese momento pude liberarme de la culpa y la vergüenza".
Ahora se considera una "superviviente" y trabaja en Feminicidio.net, un observatorio contra las violencias machistas. Imparte charlas y conferencias bajo la convicción de que "mientras haya una mujer explotada sexualmente, no se puede hablar de igualdad real entre hombres y mujeres".
Es abolicionista porque, para ella, toda prostitución es explotación y violencia contra la mujer. Según explica, "no puede haber un consentimiento real si se accede por recibir una recompensa económica". Por eso, pide que se cierren los prostíbulos de forma "inminente" y se criminalice a los proxenetas y no a las prostitutas.
"No podemos seguir permitiendo que nuestras carreteras estén plagadas de estos campos de concentración exclusivos para mujeres", remarca.
A su juicio, existe una "gran falta de reflexión" en la sociedad respeto a la prostitución, pues "el dinero no puede eximir de responsabilidad a un hombre que, utilizando su poder, penetra a una mujer en una situación vulnerable".
Pese a todo lo que ha vivido, para Amelia la sociedad está formada por gente "buena", que siente empatía y compasión: "Esto es lo que da esperanza y sentido a mi vida".