Los cuerpos de los terroristas de Daesh abatidos en Sirte llevan en cámaras siete meses, desde que las fuerzas libias tomaron el control de la ciudad. Cientos de cadáveres de yihadistas extranjeros que esperan ser repatriados.

Sus países de origen, Túnez, Egipto, Sudán, entre otros, se muestran reticentes a admitirlos. Nadie quiere hacerse cargo de los terroristas muertos.

Tampoco en Europa, donde los terroristas pueden pasar meses, e incluso años, en la morgue hasta que un cementerio les acepta. El argumento oficial es que sus tumbas son una fuente de problemas. "Temen que se convierta en lugar de peregrinación, pero también hay miedo a un conflicto social, a que grupos de extrema derecha puedan atacar ese cementerio", explica Riva Kastoryano, socióloga.

Como ciudadanos y residentes europeos tienen derecho a sepultura, pero es mucha la carga simbólica de enterrar a un yihadista. "Enterrar a alguien supone humanizarle. Un cementerio es una comunidad donde te entierran con tu familia, con tu gente. Nadie quiere que alguien que ha actuado como un enemigo de tu sociedad sea enterrado tu cementerio", dice Riva Kastoryano.

El rechazo es incluso mayor entre la propia comunidad musulmana. En el último atentado en Londres, más de 100 imanes se unieron para rechazar la violencia y negar a los terroristas un funeral islámico porque no representan a su religión: "Tampoco serán enterrados entre musulmanes. No queremos a terroristas entre nosotros".

Cuando finalmente algún cementerio les acepta se hace como un gesto hacia sus familias. Entierros en secreto en los que los terroristas acaban en tumbas sin nombre. Fue lo que ocurrió con los suicidas de Leganés que tardaron casi dos años en ser enterrados.