Elecciones 9J

La ultraderecha arrasa en el corazón de la UE pero los europeístas mantienen la mayoría

Ultraconservadores y radicales de derechas logran un mayor protagonismo en el Parlamento Europeo este 9 de junio. Socialistas, liberales y verdes aguantan con dificultad el envite y podrían ser clave en una nueva coalición con el PP europeo.

Ursula von der Leyen tras las elecciones europeas

La ultraderecha gana fuerza, poder e influencia en Europa. La temida ola reaccionaria que amenazaba la viabilidad del estado de bienestar, así como las reformas socioeconómicas de las que dependen millones y millones de personas en todo el continente, se ha hecho finalmente realidad: Marine Le Pen, desde Francia; Giorgia Meloni, desde Italia; Tino Chrupalla y Alice Weidel, desde Alemania; Santiago Abascal (e incluso el agitador de extrema derecha Alvise), desde España. La Unión Europea (UE) afronta desde este mismo domingo un escenario sin precedentes: el de la propia supervivencia -en su sentido más democrático- dando más protagonismo a dirigentes euroescépticos o directamente eurófobos, y vinculados, en algunos casos, a grupos filofascistas.

En frente, se sitúan moderados y conservadores tradicionales, ganadores de facto en estas elecciones del 9 de junio en cuanto a cifras se refiere. Pero no en cuanto a esas sumas necesarias para lidiar con todas las crisis que ya están cuestionando la solidez del buque que conforman los llamados 'Veintisiete'. Según recoge la web del Parlamento Europeo, que aglutina todos los resultados de los países miembros, el Partido Popular Europeo ha logrado 184 representantes, muy por delante de los 139 que han obtenido los socialistas. Por detrás, Renew Europe (80), el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (73), el Grupo Identidad y Democracia (58), los Verdes (52), The Left (36) y los No Inscritos (45).

Estos datos ya ponen sobre la mesa del Partido Popular Europeo un dilema clave: mantener los lazos con socialdemócratas, liberales y verdes en busca de impulsar y redefinir desde Bruselas los futuros acuerdos progresistas o arrimarse aún más -como ya viene sucediendo desde hace tiempo en distintos Estados miembro del bloque- a las familias ultraconservadoras, radicales y hasta nazis. De momento, Ursula von der Leyen, máxima representante del grupo popular en Europa, ya ha dado pinceladas sobre esa correlación de fuerzas con la que estudia reestructurar la UE: "Construiremos un bastión contra los extremos, de la izquierda y la derecha".

Pero de las palabras a los hechos, y más en estas coyunturas, puede haber un mundo entero. Sin ir más lejos, la presidenta de la Comisión Europea no ha ocultado su complicidad con ultraderechistas como Meloni; posición que, no obstante, ha ido corrigiendo en los últimos días hasta evitar las referencias directas a la dirigente italiana. Quizá más pendiente de sondeos que de afinidades, también ha querido lanzar guiños claros a socialistas y liberales. Precisamente, en base a ese relato de diálogo y convivencia que ha impregnado todo tipo de negociaciones y anuncios en Bruselas -y muy alejado de los postulados del PP en países como España, donde el 'popular' Alberto Núñez Feijóo ha abrazado abiertamente a la ultraderecha-, los populares europeos quieren, en principio, continuar con la coalición de tintes progresistas. Aquella que ha gobernado durante décadas y que ha permitido que la Unión Europea evolucione, crezca y sea un lugar estable.

Pero el crecimiento de los radicales no se puede obviar. Es el elefante en la habitación de la derecha moderada en Europa. Si se acerca demasiado a la ola reaccionaria, puede acabar engullida. Se da así un juego de malabares extremo, casi imposible, atendiendo a los números. El PP europeo gana, pero no es suficiente para emprender reformas en solitario, como tampoco lo es que cuenten con los debilitados apoyos de los socialistas. Von der Leyen necesita también el apoyo de los liberales para insistir y anclar ese mensaje de que su partido es la fuerza estabilizadora en Europa. Así las cosas, lo interesante es saber ahora cómo se van a forjar esas alianzas, que ya se antojan complejas a razón del reparto de parlamentarios que ha ofrecido el 9J. Alianzas y equilibrios no auguran el mejor futuro a una Europa a la que se le exige moverse y posicionarse con firmeza.

Nuevos postulados en el escenario mundial

Los resultados que han arrojado las urnas europeas marcan un punto de inflexión respecto a las dinámicas de convivencia entre los Veintisiete y sus políticas en los últimos cinco años. Políticas que tienen que ver con los avances en materia de igualdad, con el feminismo y los derechos LGTBIQ+ como motores transversales al cambio social que ya sufren una retórica de odio, discriminación y rechazo desde sectores ultra con planteamientos puramente retrógrados; políticas que tienen que ver con la identidad solidaria de Europa, ahora combatida por agrupaciones xenófobas que pretenden reforzar los controles migratorios con bulos y desinformación.

Políticas que tienen directamente que ver con nuestra propia existencia, en riesgo ante una crisis climática imparable pero cuya existencia niega la ola reaccionaria, amplificando así sus devastadores efectos a través de estrategias aislacionistas que priorizan el interés económico a la sostenibilidad y la salud global. En líneas generales, la sociedad civil, los movimientos sociales, las instituciones democráticas y las fuerzas progresistas se encuentran ahora en el punto de mira de una ultraderecha cada vez más presente y amenazante en las cuestiones vitales, relacionadas con la protección del planeta, los derechos humanos y las garantías de equidad y solidaridad que debe reivindicar la Unión.

No solo para la convivencia y el desarrollo del bloque europeo, características que definirán el rol de Europa en un escenario mundial convulso que requiere de medidas inmediatas y drásticas para su estabilidad. El caso más inmediato, la brutal ofensiva militar israelí en Gaza. El genocidio en Palestina ha generado un rechazo internacional masivo, abriendo al mismo tiempo un serio debate en la UE. La presión para condenar a Israel y tomar acciones contundentes, incluso la imposición de sanciones, se ha intensificado en las últimas semanas, pero también ha dividido notablemente a los miembros de la Unión, poniendo a prueba la coherencia de su política exterior.

La misma política exterior unitaria que sirvió para la defensa de Ucrania ante la invasión rusa y que ahora pone de manifiesto la fragilidad del orden internacional y la vulnerabilidad del bloque. Una guerra que ha derivado en una crisis energética sin precedentes en Europa, ha generado inflación y ha debilitado la economía, y además ha exacerbado las divisiones internas, con algunos países más reacios a tomar medidas más contundentes contra Rusia. Precisamente, las presiones del líder ruso por interferir en las estrategias europeas, unido al renovado liderazgo del 'trumpismo' en EEUU y al reordenamiento de las grandes potencias internacionales han llevado a Europa a rearmarse silenciosamente ante un cambio absoluto de paradigma que beneficia los postulados histriónicos de los movimientos ultra y fascistas. El botón rojo ya está ahí, queda saber quién tiene la responsabilidad de vigilarlo y de evitar que alguien lo apriete.

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