Un chaval de 18 años es suficiente para hacer sonreír a un equipo cercano a la depresión. Esa es la labor que está teniendo Vinicius en este Real Madrid de Santiago Solari. En un partido con más pitos que aplausos como fue el de Valladolid hasta su entrada, el brasileño elevó la ilusión de un exigente Santiago Bernabéu con tan solo 18 minutos que fueron clave. Y es que más que la cantidad, lo importante es la calidad de tiempo que se juegue.
Y el brasileño lo hizo a la perfección. No era ni mucho menos sencillo su trabajo. Primero por la inercia en la que llegaba el equipo al duelo contra el Valladolid. Luego porque, en el fondo, no deja de ser un niño que apenas ha jugado minutos en el Bernabéu. Tercero por todo lo que se espera de él. Y cuarto, por los silbidos con los que el Bernabéu despidió a Gareth Bale y a Marco Asensio, jugador por quien Vinicius entró al verde.
No fue mucho tiempo, pero se ve que el madridista tiene ganas de ver al 28 en acción. Tocando bien, ayudando en defensa y con chispa y desparpajo, algo de lo que venían adoleciendo unos jugadores que demuestran lo importante que es el estado de ánimo en el fútbol actual. Vinicius, en cambio, está feliz. Y a diferencia de otros no está señalado por la afición. O quizá sí lo esté, pero en el buen sentido.
En el 83', cambió la suerte del Real Madrid con quizá el gol más importante de este comienzo de temporada. No por cómo fue, sino por lo que significa. Con muchos partidos en los que parecía que el balón no quería entrar, Vinicius encaró, recortó, fue vertical y disparó. Su tiro se iba a saque de banda, pero rebotó en Kiko Olivas y terminó entrando en las mallas de Masip. El brasileño celebró el gol como si fuera suyo.
Quizá no lo fue, pero sí fue gol para el Real Madrid, y buena falta les hacía algo así. De repente, la inercia cambió y los blancos empezaron a disfrutar de los minutos que quedaban. Llegó el 2-0, obra de Sergio Ramos tras transformar un penalti a lo panenka, y los pitos que hubo hasta la salida de Vinicius se convirtieron en aplausos y ovación.
Pocas veces quedó tan demostrado que el fútbol es, en gran parte, un estado de ánimo.