Andrómeda es una galaxia espiral gigante, y cada vez está más cerca de la Vía Láctea, donde se ubica nuestro planeta. Aunque no hay nada de qué preocuparse: hace mucho que los científicos saben esto y se calcula que la distancia entre la Tierra y dicha espiral es de unos 2,5 millones de años luz. Además, el telescopio espacial Hubble, de la NASA, acaba de aportar un nuevo dato para la tranquilidad: ambas galaxias colisionarán 600 millones de años más tarde de lo previsto.
Mar Gómez, doctora en Físicas, recoge en un hilo de Twitter las claves de este último descubrimiento de la agencia espacial. El dato más relevante es la primera toma de contacto entre la Vía Láctea y su vecina más próxima. ¿Cuál sería el resultado de dicha fusión? Es simple y a la vez complejo: “Termina formando una galaxia mucho mayor”, escribe Gómez.
Para hacerse una idea de la magnitud que alcanzaría este proceso, basta con mirar los diámetros de una y otra galaxia. La Vía Láctea tiene un tamaño visible de unos 100.000 o 120.000 años luz —aunque podría ser más grande teniendo en cuenta su materia oscura, indica la experta—. Ahora bien, estas medidas, que ‘a priori’ pueden ser mayúsculas, quedan en nada si las comparamos con el tamaño de Andrómeda: “Es mucho mayor”, señala Gómez.
Los halos descubiertos, fuente de información sobre la vida de las estrellas
A través del Hubble los científicos han podido sospechar que, efectivamente, ambas galaxias ya se están tocando. La clave está en los halos, regiones del espacio que rodean las galaxias espirales (como la nuestra). “Este halo, que proporciona material para la formación de estrellas, puede revelar información sobre el nacimiento y muerte de estrellas dentro de la galaxia de Andrómeda”, espeta la doctora.
Uno de los puntos más relevantes de este último estudio es la capacidad de determinar por primera vez el halo de Andrómeda —hasta el momento, desconocido—. Según Gómez, esta región del espacio se extiende hasta los 1,3 millones si partimos de la galaxia y hasta dos millones si miramos a otras direcciones. Esto significa que, sin duda, ya deben de estar colisionando.
Este hecho “no se puede ver a simple vista”, señala Gómez. Para ello, los conductores del estudio han tenido que observar cuásares —una fuente astronómica de energía electromagnética, que incluye radiofrecuencias y luz visible—. Dichos cuásares, “que también son cuerpos celestes alimentados por agujeros negros supermasivos”, al atravesar los halos, desprenden luz. De este modo, los índices de absorción de este cuerpo “han permitido determinar cómo es el halo” de Andrómeda, explica la experta.
De hecho, se han podido conocer datos verdaderamente específicos de esta galaxia. El halo descubierto está formado por dos capas de gas. Una de ellas, la interior, es “más compleja y dinámica”, según Gómez. Asimismo, esto también da información acerca de la situación en nuestra galaxia: “Es probable que la Vía Láctea tenga su propio Halo”, incide la doctora. No obstante, es todo “un desafío” estudiarlo correctamente, ya que estamos dentro de su propia estructura. Ahora bien, se cree que el nuestro podría ser muy similar al de Andrómeda.
Gómez finaliza su explicación con alabanzas a los conductores de la investigación: “Este es el estudio más completo realizado hasta la fecha sobre este halo”, concluye. Un paso más para conocer los verdaderos entresijos del universo.
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