Muchas personas que empiezan a aprender un nuevo idioma coinciden: entenderlo resulta más sencillo que hablarlo. Pero, ¿por qué ocurre esto? Un estudio realizado en Euskadi podría haber dado ahora con la causa: la clave estaría en el funcionamiento de nuestro cerebro, que destina más recursos a la comprensión oral y escrita que al habla.
Así se desprende de una investigación del Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL) de San Sebastián, centrada en los cambios de laterización de funciones del cerebro durante diferentes tareas lingüísticas como la lectura, el habla o la escucha, comparando cómo se comporta nuestro cerebro cuando se trata de una lengua nativa y cuando se trata de una lengua extranjera que la persona está aprendiendo.
Uno de sus "principales hallazgos" es que el hemisferio izquierdo del cerebro "es clave para el habla, lectura y escucha en la lengua nativa". Sin embargo, cuando un adulto aprende otro idioma, "esta condición se mantiene en el habla", mientras que para la lectura y la comprensión auditiva se "reclutan recursos de ambos hemisferios".
Así lo indica la investigadora Kshipra Gurunandan del BCBL, que indica que "esto puede explicar por qué es más difícil aprender a hablar un nuevo idioma que entenderlo a un nivel muy alto". "Se emplean más recursos cerebrales para la comprensión oral y escrita que para el habla", resume.
Siete años de estudio
De acuerdo con este estudio, en las primeras etapas del aprendizaje de lenguas extranjeras, los sistemas del lenguaje activan la misma región cerebral -el hemisferio izquierdo-, pero, a medida que aumenta la competencia en la nueva lengua, se observan cambios en la comprensión lectora y auditiva, pero no en el habla.
La investigación ha permitido descubrir que el aprendizaje de idiomas en la edad adulta se asocia a la capacidad del cerebro de transformarse en el campo de la comprensión de la lengua, pero no para la producción o habla.
"Estos resultados ayudan también a comprender mejor cómo se organiza el lenguaje en el cerebro y cuáles pueden ser las consecuencias sobre los diferentes sistemas lingüísticos de un accidente, un traumatismo o una enfermedad que afecte a un área cerebral concreta, así como su posible recuperación", apunta Gurunandan.
El estudio, publicado en 'The Journal of Neuroscience', se ha prolongado durante siete años y ha contado con la participación de medio centenar de voluntarios de entre 17 y 60 años.
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