Cuando el pequeño enferma, su madre, escarmentada, decide tomar un taxi y visitar a un médico privado en Mqanduli, a 65 kilómetros de distancia. Le prescribe un tratamiento para la tos y les envía de vuelta a casa. Pero su estado de salud no mejora y la madre decide ir al hospital. Demasiado tarde: el bebé muere antes de llegar.

“La madre no pudo describir claramente los síntomas, aunque sospecho que su hijo falleció por una neumonía”, cuenta Karl le Roux, doctor e investigador del hospital público de Zithuele. En 2013, durante un estudio que analizó la inmunización y el impacto de la escasez de vacunas en la comunidad, le Roux entrevistó a esta madre en el rondavel –choza tradicional sudafricana– donde vivían, cercano al estuario del río Mthatha.

“Podría haber sobrevivido” si se hubiesen acercado desde un primer momento al hospital, piensa el médico, y añade que “es muy difícil saber si la neumonía pudo haberse evitado con una vacuna”. El desabastecimiento “hizo que perdiera la fe en el sistema de salud”, según le Roux.

La falta de vacunas es uno de los grandes problemas de la inmunización en Sudáfrica. La escasez de antígenos está influenciada por problemas externos, como incidencias en la producción de las farmacéuticas, y problemas internos, como la deficiente gestión del stock, la escasa formación o la falta de personal. Se trata de un asunto complejo, en el que confluyen distintas causas pero en el que divergen las culpabilidades.

Todos coinciden en que la escasez es un problema global, debido a que solo unos pocos laboratorios, con la suficiente capacidad humana y financiera, desarrollan las vacunas. En cuanto una farmacéutica tiene algún fallo, los estados tienen pocas alternativas para sustituir al proveedor. Ante la demanda, el mercado se satura y es incapaz de satisfacer a todos los países. En la práctica, esta excusa, aunque es cierta, delimita la responsabilidad a factores externos, incontrolables. Los factores internos no se frenan y solo son denunciados por el personal de los servicios de salud.

A nivel global, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 97 países declararon haberse quedado sin al menos una de las vacunas esenciales en 2015 –el último año del que se disponen datos– ya sea a nivel estatal o en alguno de sus distritos. En África, el 66% de sus estados reconocieron cortes en el suministro. En América y Europa uno de cada dos países admitieron haber sufrido ese problema. Si tenemos en cuenta que no todos ellos comunican esta información a la OMS, la cifra real de países que se quedaron sin vacunas en algún momento podría ser superior.

Sin ‘stock’ contra la tuberculosis

Destaca el caso del desabastecimiento de la BCG contra la tuberculosis, debido a por un fallo de la producción de uno de los principales laboratorios de esta vacuna, Statens Serum Institute, con sede en Dinamarca. Debido al desabastecimiento global de 2015, 54 estados reportaron falta de stock. La mayoría, concentrados en los continentes africano (21) y europeo (14). Además, Unicef, que suministra esta vacuna a países en los que la tuberculosis es endémica, reportó ese año que le faltaron 16,5 millones de dosis. Al margen de la crisis de ese año, el BCG es el antígeno que más países han echado en falta desde hace más de una década.