Mientras la variante ómicron sigue disparando los contagios en nuestro país, aunque en retroceso según los últimos datos, la última recomendación del Ministerio de Sanidad ha generado muchas dudas.
Salud Pública ha recomendado retrasar cinco meses la vacuna de refuerzo a quienes se hayan contagiado recientemente, frente a las cuatro semanas que recomendaban anteriormente. Pero, ¿qué pasa si no estamos seguros de si nos hemos infectado con el COVID-19? ¿Y si hemos tenido síntomas pero no hemos confirmado el diagnóstico mediante un test de antígenos o una prueba PCR?
La forma de saberlo es haciéndose un test serológico que compruebe el nivel de anticuerpos con el que contamos y que nos diga qué clase de células protectoras tenemos.
Es decir, tenemos que hacernos un análisis de sangre que indique los anticuerpos específicos con los que contamos. Según la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), esta clase de pruebas no estudian la presencia o no de la enfermedad, sino la respuesta inmune de la que es capaz el cuerpo.
Tal y como explica el organismo en su página web, este análisis arroja dos clases de anticuerpos:
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- IgM: inmunoglobulinas (anticuerpos) que aparecen en la fase temprana de la infección y desaparecen a las pocas semanas.
- IgG: inmunoglobulinas (anticuerpos) que aparecen en la fase tardía de la infección y permanecen largo tiempo, a veces años.
Además, estos test sirven para diferenciar los anticuerpos generados por la infección o por acción de la vacuna. "Las vacunas comercializadas en la actualidad inducen una respuesta inmune en el cuerpo generando anticuerpos frente a un antígeno concreto del virus SARS-CoV-2, el antígeno S (espícula). La espícula es una proteína de la superficie del virus, que se une a receptores específicos en la superficie de las células y permite que el virus penetre en su interior causando la infección", por lo que si hay presencia de otros anticuerpos, habrá sido por la infección al virus.