"El mercado del sexo mueve mucho dinero, y encontré que estas muñecas tenían un cuerpo perfecto, en el que hay arte y tecnología", explica Santos.
Incorporó un aparato con algoritmos de inteligencia artificial en una de ellas, un prototipo al que ha bautizado como Samantha, una muñeca hecha de material elastómero termoplástico que tiene tres modos: el familiar, el romántico y el sexual y le instaló unos sensores para que "sea inteligente y sepa responder a cómo la estás tratando".
La empresa creada por Santos sólo vende muñecas femeninas, pero Santos afirma que es debido a su peso: "tenemos que desarrollar la tecnología un poco más para que el peso sea tratable", aunque "hacer hombres no es problema".
"Tienes que hacer lo que harías con una mujer normal: se va excitando y llega al punto sexual y orgásmico", afirma su creador sobre Samantha, que se puede comprar por entre 1.500 y 8.000 euros, según cómo se personalice.
Existe una campaña en contra de los robots sexuales que afirma que las muñecas sexuales deshumanizan a las mujeres y las convierte en meros objetos. Sin embargo, Santos defiende que no ha hecho nada reprochable y señala que "desde hace años ha habido sexo, incluso con animales. Yo no soy un agresor sexual ni nada raro, soy una persona normal con una sexualidad normal, pero los humanos tenemos esta necesidad y satisfacerla con una muñeca está bien".
Todo un hito
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