Y CASI LO LOGRA
Alpine A290 Rallye. El Alpine eléctrico que no quiere parecerlo
El Alpine A290 Rallye es un coche eléctrico. Esa frase, así de simple, es la que el propio coche parece empeñado en hacer olvidar. A diferencia de otros modelos del segmento, este Alpine no quiere parecer lo que es. No quiere presumir de eficiencia ni de silencio.

Publicidad
El Alpine A290 Rallye es un coche eléctrico. Esa frase, así de simple, es la que el propio coche parece empeñado en hacer olvidar. A diferencia de otros modelos del segmento, este Alpine no quiere parecer lo que es. No quiere presumir de eficiencia ni de silencio. Prefiere vestirse como un coche de rally, sonar como uno y moverse como si llevara dentro un pequeño cuatro cilindros turbo. Lo que lleva, en realidad, es un motor eléctrico de 220 caballos y una batería de 52 kWh, heredada del Renault 5 E-Tech. Pero quien lo ve (y quien lo oye) podría dudarlo.
El trabajo de Alpine ha sido tan estético como conceptual. El A290 Rallye adopta un diseño musculado, con guardabarros ensanchados, una toma de aire sobre el techo y una decoración que remite a los años dorados del Mundial de Rally. A esto se suma una suspensión reforzada, frenos sobredimensionados y un diferencial autoblocante, ingredientes propios de un coche de tramos. Incluso incorpora un freno de mano hidráulico, tan imprescindible en un rally como el copiloto. Todo ello da forma a un coche que, desde fuera, podría pasar por un Grupo N de hace veinte años.
Lo que remata la ilusión es el sonido. Alpine ha desarrollado un sistema que genera un rugido artificial según la presión del acelerador y la velocidad. El resultado no es el de un motor real, pero sí algo más estimulante que el silencio habitual de los eléctricos. Aquí no hay zumbidos metálicos ni aceleraciones mudas. Hay una respuesta sonora, aunque sea fingida, que conecta con la parte emocional del conductor. Es, en el fondo, un truco. Pero es un truco que funciona.
Una trampa para el ojo (y para el oído)
Hay quien dirá que todo esto es maquillaje. Que un coche eléctrico con tracción delantera y casi 1.500 kilos no puede tener el alma de un Alpine de verdad. Y puede que no les falte razón. El A290 Rallye no es un coche radical, ni está pensado para ganar un campeonato del mundo. Es un coche de acceso al rally, un coche escuela. Pero también es un coche honesto con su intención: recuperar la emoción del pilotaje en un contexto distinto. No quiere ser una revolución. Quiere ser una continuación.
A nivel técnico, el Alpine A290 Rallye parte del modelo de serie, pero recibe un tratamiento específico. La jaula homologada por la FIA, los asientos tipo baquet y la electrónica adaptada al reglamento eRally5 lo convierten en una opción sería para debutar en competición. Además, se venderá ya montado, pintado y listo para correr, con un precio cercano a los 60.000 euros sin impuestos. No es barato, pero sí está dentro de lo que muchos equipos gastan en coches similares con motor térmico.
La clave está en que Alpine no ha intentado ocultar el origen eléctrico del coche. Lo ha asumido, pero lo ha vestido de forma distinta. Ha elegido no parecer un electrodoméstico, ni un experimento de laboratorio. Ha optado por parecer un coche de rally de siempre, con la única diferencia de que no necesita gasolina. Y eso, en un mercado que tiende cada vez más a lo insípido, es una decisión valiente.

Entre la nostalgia y la estrategia
El Alpine A290 Rallye debutó en Goodwood y más tarde en el Rallye Mont-Blanc Morzine. Su objetivo no es ganar títulos, sino mostrar que la electrificación no tiene por qué llevarse por delante el sabor del automovilismo clásico. Su estética, su sonido y su planteamiento apuntan a quienes aún se emocionan con el recuerdo de un A110 deslizándose por los tramos de Montecarlo. Y también a quienes buscan entrar en la competición sin renunciar a lo eléctrico.
El coche forma parte de una estrategia más amplia de Alpine, que busca posicionarse como una marca deportiva dentro de un grupo (Stellantis) cada vez más orientado a lo racional. Con el A290 Rallye, Alpine da una señal clara: aún hay espacio para la emoción, aunque cambie la tecnología. La combustión se va, pero el espíritu puede quedarse.
Publicidad