Carlos Rodríguez ha obtenido un diez en todos los exámenes de la EBAU.

Un 14/14.

"Pero" quiere ser dramaturgo.

El mensaje que se lanza a la sociedad es que existe una aversión o contradicción entre ser alguien con un expediente académico brillante y querer dedicarse al Arte.

¿Por qué Carlos con sus contrastadas capacidades querría dedicarse a algo como el teatro pudiendo ser astronauta, médico, científico, ingeniero, fiscal o juez?

Es curioso que todo aquello que no sea producir de una manera concreta para el sistema se considere un desperdicio de tus posibilidades.

Que si demuestras inteligencia para algo se entienda que estás desaprovechado si no la usas para obtener un puesto de trabajo que te proporcione un prestigio concreto, una posición social, seguridad y (bastante) dinero.

Como si no existiera otra opción.

Como si siempre todo aquello que tiene que ver con la creación, la creatividad y la cultura fuera algo alejado de la palpable realidad y que tienes que perseguir en forma de sueño.

Y si te decides a hacerlo es que estás "loco" porque pudiendo ser alguien decides ser algo que no te asegura nada.

A este sistema no le interesa que las personas crean que pueden ser dramaturgas, actrices, cantantes o escritoras.

Y tiene aliados para que hagan sentir estúpidas a las personas que se plantean serlo.

Incluso dentro de las propias familias que funcionan como verdaderas máquinas de chantaje emocional justificándose en que es por tu bien.

Quítate esos pajaritos de la cabeza.

Yo no te he pagado unos estudios para que ahora me "hagas" esto.

Tú vales mucho más.

Qué decepción.

Te vas a morir de hambre.

No cuentes conmigo para eso.

La gente amenaza con retirarte su cariño si no haces lo que necesitan.

Como si por ser alto tuvieras que ser siempre jugador de baloncesto.

Aunque lo detestes.

El problema es que la cultura está configurada como algo residual, como mero entretenimiento, como algo para evadirte del "trabajo real" que nada tiene que ver con ese "juego" de disfrazarte entre bambalinas.

Bailar, cantar, escribir, pintar o actuar, no es un juego.

De hecho es lo único que nos permite tender puentes con los demás, intentar entender quiénes somos, qué nos preocupa, qué nos pasó, explicarnos, juntarnos, hacer que nos abalancemos en lo común, emocionarnos y comprendernos.

Algo que, por cierto, no ha conseguido ningún avance científico.

La cultura es algo tan importante como para que un chico como Carlos decida que quiere dedicar su espacio y su tiempo a ella.

Porque la cultura nos obliga a no odiar.

Gracias, Carlos.

Por no plegarte a los deseos ajenos.

Por no claudicar y rendirte y colocarte en el lugar en el que los demás esperan verte.

Por recordar la emoción que sientes al ver un musical o subirte a un escenario.

Porque los musicales son el reducto de la infancia, la guarida de la mago, los sitios en los que sobrevive la fascinación y el asombro y todo aquello que por suerte no puede ser explicado.

Por cuidar de tu sensibilidad y nombrarla con valentía.

Ojalá un día no haya ningún "pero" para cualquier niño, niña o niñe al expresar quiénes son, dónde se sienten útiles, cuándo notan la verdad.

Y que a nadie se le marque la pauta.

De cómo ha de brillar.