Hablar de alimentación infantil es hablar de futuro. Lo que comen hoy los niños y niñas en sus colegios no solo influye en su rendimiento diario, en su capacidad de concentración o en su energía para afrontar la jornada, sino que está moldeando sus hábitos de mañana. La escuela es un espacio privilegiado para aprender, y no solo de matemáticas o historia, sino también de nutrición y salud. Por eso, incluir pescado con mayor frecuencia en los menús escolares no debería ser una excepción, sino una norma.

El pescado es uno de los alimentos más completos que podemos ofrecer en la infancia. Su densidad nutricional es muy elevada en comparación con otros alimentos de consumo habitual, y además resulta de fácil digestión, algo fundamental en edades tempranas. Aporta proteínas de calidad, grasas saludables y micronutrientes esenciales que los niños necesitan para crecer sanos, fuertes y con un desarrollo cognitivo óptimo. No se trata solo de cubrir necesidades energéticas, sino de garantizar nutrientes específicos que no se encuentran en la misma proporción en otros grupos de alimentos.

Nutrientes clave para el desarrollo infantil

Entre los aportes más valiosos del pescado destacan las proteínas de alto valor biológico. Son fundamentales para la formación y reparación de tejidos, así como para el crecimiento. Pero más allá de las proteínas, el verdadero "tesoro" del pescado está en sus grasas. Los ácidos grasos omega-3, especialmente el DHA, tienen un papel decisivo en el desarrollo cerebral y en la función cognitiva. Diversos estudios han mostrado cómo una ingesta adecuada de omega-3 en la infancia se asocia con mejores capacidades de memoria, atención y rendimiento escolar.

Además, el pescado es una excelente fuente de minerales. El yodo, por ejemplo, es clave para el buen funcionamiento de la glándula tiroides y, por tanto, para el crecimiento y el metabolismo. El fósforo y el selenio contribuyen a la salud ósea, inmunitaria y antioxidante. En cuanto a las vitaminas, pocas fuentes alimentarias ofrecen tanta vitamina D y vitamina B12 como el pescado. La primera resulta esencial para la absorción del calcio y la fortaleza ósea, y la segunda para la formación de glóbulos rojos y el buen funcionamiento del sistema nervioso.

Podríamos decir, sin exagerar, que el pescado es un alimento casi insustituible si pensamos en la salud a largo plazo de los escolares.

Prejuicios y errores que lo apartan de los menús

A pesar de estas evidencias, el pescado continúa siendo minoritario en los menús escolares. ¿Por qué? La respuesta es múltiple. Por un lado, existe una percepción extendida de que el pescado es complicado: difícil de cocinar, costoso de manipular y, sobre todo, problemático por las espinas. Por otro lado, se piensa que los niños lo rechazan de manera natural, lo cual no es del todo cierto. En la mayoría de los casos, la aceptación o rechazo depende de cómo se presenta y se prepara.

Un error habitual es limitar el pescado a formatos poco atractivos: hervidos sin más, con poca sazón, secos o con un aspecto poco apetecible. Es lógico que los niños lo rechacen si la experiencia sensorial no es positiva. Al final, los pequeños comen con los ojos tanto como con la boca. Y si el plato de pescado no entra por la vista, difícilmente entrará por el gusto.

A estas percepciones se suma el componente logístico. El pescado fresco necesita refrigeración constante, tiene una vida útil corta y requiere una manipulación cuidadosa. Para los comedores escolares, que trabajan con grandes volúmenes de comida, esto supone un desafío añadido. Ante estas dificultades, se opta con demasiada frecuencia por alternativas más cómodas, como carnes procesadas o precocinados, que resultan menos nutritivos pero mucho más fáciles de gestionar.

La familia como escuela del gusto

El comedor escolar, aunque es fundamental, no puede hacer todo el trabajo por sí solo. La aceptación del pescado empieza en casa. Si un niño nunca ve pescado en su mesa familiar, difícilmente lo incorporará con naturalidad en el colegio. Por eso las familias tienen un papel decisivo.

La clave está en ofrecer pescado con regularidad, pero en formas variadas y atractivas. Evitar frases como "no te va a gustar" o "ten cuidado con las espinas" ayuda a que los pequeños no partan con prejuicios. Implicarles en la compra, enseñarles a distinguir entre diferentes especies o dejarles participar en la cocina son estrategias muy eficaces. Cuando el niño siente que el plato forma parte de algo en lo que él mismo ha intervenido, la disposición a probarlo aumenta considerablemente.

Cómo introducirlo en los comedores escolares

La experiencia nos dice que las presentaciones sencillas, seguras y adaptadas a la masticación infantil son las que mejor funcionan. Hamburguesas de pescado caseras, albóndigas, nuggets rebozados de forma ligera, guisos suaves o elaboraciones al horno sin espinas tienen una gran aceptación. Integrar el pescado en recetas tradicionales también es una buena estrategia: empanadas, arroces marineros, pastas con salsas de pescado o incluso pizzas caseras con atún o salmón son ejemplos de éxito asegurado.

La clave está en no ofrecer siempre el mismo formato. Igual que no servimos la carne solo hervida, tampoco deberíamos reducir el pescado a una preparación repetitiva. La variedad en las elaboraciones aumenta la probabilidad de que los niños encuentren alguna con la que disfruten.

El papel de la acuicultura

En este contexto, el pescado de acuicultura se presenta como un gran aliado. Ofrece disponibilidad durante todo el año, precios estables y competitivos, y un nivel de seguridad alimentaria muy alto gracias a controles estrictos de calidad y trazabilidad. Además, resuelve uno de los principales temores: las espinas. Los productos de acuicultura se comercializan en cortes homogéneos, filetes limpios y formatos adaptados a la cocina colectiva, lo que facilita enormemente su incorporación en comedores escolares.

No podemos olvidar, además, su valor en términos de sostenibilidad. La acuicultura contribuye a reducir la presión sobre los ecosistemas marinos y permite una producción más eficiente, adaptada a la demanda actual de pescado. En un mundo donde el consumo de proteínas debe equilibrarse con el cuidado del medio ambiente, esta alternativa cobra cada vez más sentido.

Un mensaje para quienes diseñan los menús escolares

Quienes planifican los menús escolares deben ser conscientes de que cada plato es mucho más que una ración de comida. Es una oportunidad de educar en salud, de formar gustos y de sembrar hábitos que acompañarán a los niños durante toda su vida. Limitarse a cumplir con los requerimientos energéticos no es suficiente: hay que pensar en calidad nutricional, en diversidad de alimentos y en cómo se transmiten los valores de una dieta equilibrada.

El pescado debe tener un papel protagonista en este escenario. No como un invitado ocasional, sino como un alimento habitual, normalizado y esperado por los escolares. Apostar por la variedad, por elaboraciones atractivas y por aprovechar las ventajas de la acuicultura es invertir en el bienestar presente y futuro de nuestros niños.

En definitiva, la pregunta no es si debemos incluir más pescado en los menús escolares, sino cómo vamos a hacerlo posible. La respuesta está en la colaboración entre familias, colegios y productores. Si todos asumimos nuestra parte, conseguiremos que el pescado deje de ser la excepción y se convierta en una pieza central de la alimentación infantil. Y con ello, estaremos invirtiendo no solo en salud, sino en el futuro de toda una generación.