Durante años hemos vivido atrapados en una visión de la alimentación que, más que ayudarnos a mejorar nuestra salud, ha generado culpa, frustración y una relación conflictiva con la comida. La promesa de una dieta rápida y eficaz ha sido tan seductora como peligrosa., pero cada vez somos más los profesionales que defendemos que, si de verdad queremos perder peso y mantenerlo en el tiempo, debemos dejar de demonizar alimentos y empezar a normalizar lo que comemos.

La comida no es el problema: el problema es cómo la miramos

Perder peso no debería ser un ejercicio de castigo, ni una carrera de obstáculos donde solo gana quien más sufre. Sin embargo, muchos todavía asocian el proceso de cuidarse con pasar hambre, eliminar grupos de alimentos o seguir normas estrictas que hacen casi imposible disfrutar de una comida sin sentir que se están "saltando algo". Esta visión extrema no solo es ineficaz a largo plazo, sino que puede empeorar la relación con la comida.

Numerosos estudios han demostrado que las dietas muy restrictivas producen resultados rápidos al inicio, pero son difíciles de mantener. La mayoría de las personas recupera el peso perdido, y muchas veces incluso más. Esto no se debe a una falta de voluntad, sino a que el cuerpo, cuando se siente en modo "supervivencia", ajusta su metabolismo, aumenta el apetito y dificulta que el peso se mantenga estable.

Comer bien no es comer perfecto

Uno de los mensajes que necesitamos repetir más a menudo es que no hace falta hacerlo perfecto para hacerlo bien. Comer saludable no significa comer ensalada todos los días, ni evitar el pan, los postres o la cerveza. Significa construir un patrón de alimentación en el que haya variedad, equilibrio y disfrute. Donde la base sean los alimentos frescos y mínimamente procesados, pero también haya espacio para el helado del domingo o la pizza con amigos.

La clave no está en lo que se hace de forma puntual, sino en lo que se repite con frecuencia. Una persona que come fruta todos los días, pero un sábado se toma un postre, sigue teniendo un buen patrón de alimentación. En cambio, alguien que hace una dieta muy estricta entre semana y se da atracones los fines de semana vive en una montaña rusa metabólica y emocional difícil de sostener.

El papel de las emociones y los hábitos

La comida no solo cumple una función nutricional, también es social, emocional y cultural. Negarlo es ignorar una parte fundamental de nuestra naturaleza. Muchas veces comemos por estrés, por aburrimiento, por tristeza o por costumbre. Identificar esos momentos, entenderlos y abordarlos sin juicio es más útil que simplemente prohibirse alimentos.

La educación alimentaria tiene mucho más que ver con aprender a reconocer nuestras señales de hambre y saciedad, organizar nuestras comidas, y construir hábitos sostenibles, que con seguir listas de alimentos "buenos" o "malos".

¿Y si en lugar de dieta, hablamos de estilo de vida?

Cambiar el foco del peso al bienestar es uno de los pasos más potentes para lograr resultados sostenibles. Las personas que se centran en mejorar su salud, en tener más energía, dormir mejor, moverse más y cuidar su digestión, tienden a obtener mejores resultados que quienes solo se enfocan en la báscula.

Esto no quiere decir que el peso no importe en determinados contextos clínicos, pero sí que obsesionarse con él no suele ser una buena estrategia. En cambio, mejorar la calidad de la alimentación, el descanso, el manejo del estrés y la actividad física suele llevar, como consecuencia, a una mejor composición corporal.

Pequeños cambios, grandes resultados

La mayoría de las personas no necesita un cambio radical, sino una serie de pequeños ajustes que, mantenidos en el tiempo, generen una diferencia real. Por ejemplo:

  • Añadir una ración de verdura en cada comida.
  • Comer fruta entre horas en lugar de ultraprocesados.
  • Mantener horarios regulares de comidas.
  • Caminar 30 minutos al día.
  • Comer sentado, sin pantallas, prestando atención.

Ninguno de estos cambios requiere sufrimiento ni grandes sacrificios, pero todos tienen un impacto positivo si se integran con regularidad.

Más normalidad y menos normas

El objetivo no es tener una alimentación perfecta, sino tener una alimentación posible. Una que nos permita cuidarnos sin renunciar a la vida social, sin sentir culpa al comer, y sin vivir a dieta de lunes a viernes. Porque cuando normalizamos la comida, cuando aprendemos a mirarla sin miedo, cuando nos reconciliamos con ella, todo el proceso de cuidar nuestra salud se vuelve más amable, más sensato… y más efectivo.

Dejar atrás la rigidez no significa comer sin pensar, sino pensar mejor lo que comemos. Entender que el equilibrio no se alcanza en un día, sino en el conjunto de lo que hacemos a lo largo de la semana. Que el objetivo no es resistirse a todo, sino tener herramientas para elegir mejor, sin que eso suponga vivir en una eterna restricción.

Cuidarse debería ser un acto de amor, no de castigo. Y eso empieza por dejar de pelear con la comida y empezar a llevarnos bien con ella.